Las secuoyas nos parecen árboles gigantescos. Pero si nos adentramos bajo tierra, entonces estos árboles limitados por las leyes fundamentales del universo quedan incluso como bonsáis.
Bajo el Bosque Nacional de Malheur (Oregón) se encuentra la criatura que es estrictamente la más grande de todo el planeta. Como decía Alejandro Dumas, confieso que nada me espanta más que el aspecto de un plato de setas en la mesa, sobre todo en una pequeña ciudad provinciana, pero Dumas no conocía aún la seta de la miel (Armillaria ostoyae): si lo hubiera hecho, quizá habría cambiado su frase.
Este hongo bastante común (puede encontrarse en muchos jardines) abarca unas dimensiones monstruosas bajo la tierra de Oregón.
El ejemplar tiene nada menos que entre 2.000 y 8.000 años y se extiende hasta 890 hectáreas. Su forma recuerda a una extensa red de tentáculos, llamados micelinos blancos, que se enredan entre los raíces de los árboles, que acaban muriendo, y que ocasionalmente emergen a la superficie en forma de grupos de setas de aspecto inofensivo. Como si el cuerpo de la seta de la miel fuera la red de transporte suburbano de Londres y las setas que asoman sobre la tierra las señales que indican allí hay una boca de metro.
De modo que el ser vivo más grande del mundo, con permiso de las secuoyas, no está en la superficie del mundo sino bajo ella.
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