miércoles, 28 de febrero de 2018

El suelo

La parte de la geología que estudia las rocas se denomina litología; su descripción es el objeto de la petrografía. Las rocas son materias minerales que en cantidades considerables forman parte de la corteza terrestre. En ecología, es de interés el conocimiento sobre la formación de los suelos, en los cuales las rocas juegan un papel muy importante.


La formación y composición del suelo consistente en rocas sedimentarias y morrenas glaciales, constituyen el aporte de minerales al suelo, así como un elemento indispensable para su formación, mediante un proceso por el cual las rocas son alteradas mecánicamente por acción de diversos agentes, principalmente atmosféricos y con el transcurso del tiempo.
  
La composición de las rocas
Las rocas pueden estar constituidas por partículas minerales agregadas del mismo género, o de distinta estructura cristalina y composición química. En general, las rocas están formadas por varias especies minerales o rocas compuestas.


Cuando las rocas están formadas por una sola especie mineral se llaman rocas simples. Los minerales que constituyen las rocas se dividen en esenciales, accesorios y secundarios. Los esenciales definen el tipo de roca de que se trata; los accesorios son materias que pueden o no estar presentes; y los secundarios son aquellos minerales que aparecen en escasa cantidad. La información sobre la petrogénesis de las rocas, se obtiene mayormente atendiendo a la estructura y textura, además de la que complementariamente proporcionan la composición química y mineralógica.


Según sus orígenes, las rocas se clasifican en sedimentarias, metamórficas e ígneas o magmáticas.

Rocas sedimentarias

Las rocas sedimentarias son aquellas que están compuestas por materias que han sufrido una transformación, y en la que se ha producido depósito y acumulación de minerales disgregados, ya sea por acción del viento, agua o erosión glacial. El efecto de estos elementos, así como la velocidad de deposición o naturaleza de la materia depositada, produce diferencias visibles en las capas por su diferente color o composición (lechos de sedimentos paralelos).


Las rocas sedimentarias pueden tener un origen mecánico (fragmentario) o químico. Las de origen mecánico están compuestas de partículas minerales, fruto de la desintegración por un efecto mecánico de otras rocas, y que posteriormente fueron arrastradas por el agua con toda su integridad química, siendo depositadas en capas. Ejemplo de materiales que tienen este origen mecánico son la arenisca (masas de arena o cuarzo), el esquisto micáceo (mica y arcilla o barro), y el conglomerado (grava litificada).


Las rocas sedimentarias que tienen origen químico pueden estar compuestos de caliza, consistentes en restos de organismos marinos microscópicos decantados sobre el suelo oceánico; o también depositarse en los lagos o fondos marinos a partir de la roca madre, después de la evaporación y posterior precipitación de las disoluciones salinas. Ejemplo de este caso es el yeso (sulfato de calcio hidratado), la halita (sal gema, o sal común mineralizada) y la anhídrida (sulfato de cal anhidro).

Rocas metamórficas

Las rocas metamórficas son aquellas que han sufrido alteración de su composición y textura original, por efecto del calor, presión y fluidos del interior de la corteza terrestre, formando gneis, cuarcitas, etc. A esta transformación metamórfica se le llama dinamotérmico o regional cuando sucede por la acción de la presión o temperatura; y térmico o de contacto cuando viene influenciado por rocas ígneas (magma).


Según se den circunstancias térmicas o dinamotérmicas, se distinguen varios tipos de rocas metamórficas. El esquisto, por ejemplo, a bajas temperaturas se metamorfiza en pizarra, pero se metamorfiza en filita si queda sometido a temperaturas suficientemente elevadas como para recristalizarse.

Rocas ígneas o magmáticas
Las rocas ígneas o magmáticas, son aquellas que se han formado por enfriamiento y solidificación del magma o materia rocosa fundida, es decir, la materia ígnea y fundida (total o parcialmente) de silicatos y elementos volátiles que se encuentra debajo o en el interior de la corteza terrestre.


Los magmas pueden ser ácidos (con más de un 60 % de anhídrido de silicio) y básicos (con menos cantidad de anhídrido de silicio). Los magmas pueden irrumpir en la corteza terrestre y desparramarse en ésta en forma de lavas o gases (vulcanismo) o consolidarse en su interior (plutonismo).

Cuando esta consolidación tiene lugar en profundidad y con enfriamiento lento, se originan las rocas ígneas o plutónicas (por ejemplo granitos, sienitas, dioritas); cuando se verifica en la superficie con enfriamiento y solidificación rápida, se forman las rocas ígneas extrusivas o volcánicas (por ejemplo siolitas, traquitas, basaltos); si se produce en una zona intermedia aprovechando grietas o fracturas aparecen las rocas ígneas filonianas (por ejemplo aplitas, magmáticas, pórfidas). En su mayoría, las rocas ígneas están compuestas por silicatos, por ello se tiende a su clasificación según su contenido en sílice.


Finalmente, se reconoce la roca viva, como aquella que tiene su raíz muy profunda, no tiene mezcla de tierra y no está formada por capas.


Aunque la ecología también se ocupa del estudio del suelo, es en realidad otra ciencia que se encuentra entre la biología y la geología, denominada edafología, la encargada de su estudio integral. Por su parte, la ecología considera al suelo y sus factores abióticos como actuantes sobre los seres vivos, y lo define dentro del ecosistema global como un ecosistema particular.


A la capa superficial de la corteza terrestre donde se desarrollan las raíces de los vegetales se le denomina suelo. Duchafour lo definió como un medio complejo, cuyas características son: atmósfera interna, régimen hídrico particular, fauna y flora determinadas y elementos minerales. 


Se trata de estructuras dinámicas que van cambiando desde sus inicios hasta adquirir un equilibrio con el entorno, aunque en el proceso de formación pueden llegar a ser destruidos por la erosión.


Al proceso de formación y desarrollo de los suelos se le denomina edafogénesis. Los factores que intervienen en este proceso son: el clima, el relieve, la actividad biológica, la composición litológica y el tiempo de actuación de todos ellos.


La actividad biológica favorece la disgregación física de la roca madre (consistente en rocas sedimentarias y/o morrenas glaciales), fundamentalmente mediante la acción de las raíces de los vegetales, pero también interviene de forma notable en la meteorización química por medio de los ácidos húmicos, procedentes de la descomposición de restos orgánicos. La composición litológica de la roca madre determina cuáles serán los productos de alteración originados por la meteorización; por tanto, influye en el grado de acidez del suelo resultante.

La roca madre constituye el aporte de elementos minerales cuando se produce su disgregación y descomposición; finalmente, con el transcurso del tiempo y la acción conjunta del clima y vegetación, se produce la mezcla de los elementos entre sí y con el aire y agua.

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