lunes, 12 de febrero de 2018

Tomas Morgan

En 1909, Thomas H. Morgan (1866-1945), un biólogo norteamericano que había visitado el laboratorio del botánico Hugo De Vries (1848-1935) en Holanda y había quedado impresionado por su trabajo, abandonó sus investigaciones en embriología y comenzó otras nuevas en genética. La riqueza de datos que surgió de estos estudios fue tan impresionante, que este período de la investigación genética, que duró hasta la Segunda Guerra Mundial, ha sido caracterizado como ''la edad de oro de la genética" (aunque algunos dirían que la edad de oro es la actual).

Con una notable combinación de intuición y suerte, Morgan eligió a la mosquita de la fruta, Drosophila melanogaster, como su organismo experimental. Finalmente, la mosquita de la fruta demostró ser un "material ideal" para una gran variedad de investigaciones genéticas. En las décadas siguientes, las especies de Drosophila se hicieron famosas como la principal herramienta de los biólogos para los estudios de genética animal. En la actualidad, también constituyen uno de los organismos más utilizados en los estudios de genética del desarrollo.

Tal vez el más importante de los principios establecidos por Morgan y sus colegas fue que los factores de Mendel, los genes, están ubicados en los cromosomas.

Un fuerte apoyo a la hipótesis de que los genes están en los cromosomas, provino de los estudios hechos por el genetista Morgan y su grupo en la mosquita de la fruta D. melanogaster. Dado que es fácil de criar y mantener, la Drosophila ha sido usada en una variedad de estudios genéticos. Esta mosca tiene 4 pares de cromosomas; 3 pares –los autosomas– son estructuralmente iguales en ambos sexos, pero el cuarto par, los cromosomas sexuales, es diferente. En la mosquita de la fruta, como en muchas otras especies (incluidos los humanos), los dos cromosomas sexuales son XX en las hembras y XY en los machos.



En el momento de la meiosis, los cromosomas sexuales, al igual que los autosomas, segregan. Cada óvulo recibe un cromosoma X, pero la mitad de los espermatozoides recibe un cromosoma X y la otra mitad, un cromosoma Y. Así, en Drosophila, en los humanos y en muchos otros organismos (aunque no en todos), es el gameto paterno el que determina el sexo de la progenie.

En los primeros años del siglo XX, los experimentos de cruzamientos de Drosophila mostraron que ciertas características están ligadas al sexo, o sea, que sus genes se encuentran en los cromosomas sexuales. Los genes ligados al X dan lugar a un patrón de herencia particular. En los machos, como no hay otro alelo presente, la existencia de un alelo recesivo en el cromosoma X es suficiente para que la característica se exprese en el fenotipo. Por oposición, una hembra heterocigota para una variante recesiva ligada al X portará esa variante, pero ésta no se manifestará en su fenotipo.

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