Los grandes depredadores impactan a las poblaciones de presas, a los mesodepredadores que se encuentran debajo de ellos e, indirectamente, a las presas de los mesopredadores, pero ¿qué sucede con las plantas?
A primera vista parecería ridículo que un superpredador pudiera afectar drásticamente la vida vegetal de un ecosistema. Sin embargo, un estudio reciente publicado en la revista Biological Conservation realizado en cinco Parques Nacionales de Estados Unidos (Olympic, Yosemite, Yellowstone, Zion y Wind Cave) mostró el grado en el que muchas plantas, y por lo tanto, los ecosistemas sanos, dependen de los grandes depredadores. Entonces éstos no únicamente serían ‘los guardianes de las presas pequeñas’, sino también tendría que reconocérseles como ‘los guardianes de la flora autóctona’.
Durante la corta historia estadounidense, los grandes depredadores, como los lobos y los pumas, fueron exterminados de sus hábitats debido a que fueron cazados, atrapados y envenenados, e incluso se establecieron campañas gubernamentales de erradicación de estas ‘plagas’. El estudio demostró que este declive —que en muchos lugares llegó a la extirpación absoluta— de los grandes depredadores tuvo un impacto drástico sobre las plantas.
“La eliminación de los superpredadores de un paisaje permite que los grandes herbívoros como el wapití y los venados forrajeen sin control, debido a la reducción en el riesgo de depredación y de la depredación misma”, explica a mongabay.com el Dr. Robert Beschta, primer autor del artículo. “Al paso del tiempo, el uso intensivo que hacen estos animales de las plantas puede alterar significativamente la composición de las comunidades vegetales, lo cual, a su vez, afecta a otros animales cuyos ciclos de vida dependen de la vegetación”.
Para ejemplificar menciona que “los wapitíes pueden incrementar ostensiblemente su presión de forrajeo sobre los álamos y los sauces en las zonas donde los lobos han sido erradicados. Si los altos niveles de forrajeo se mantienen año con año, se puede originar la extinción local de esas plantas y algunas otras”.
Los científicos conocen este proceso con el nombre de ‘cascada trófica’, la cual, comenta Beschta “se usa para denotar los efectos de los depredadores sobre sus presas y, a su vez, sobre las plantas”.
Beschta y su colaborador William J. Ripple encontraron que veinte años después de que los grandes depredadores fueran desplazados de los cinco parques nacionales, el reclutamiento de árboles (es decir, el número de arboles que sobreviven hasta una altura determinada) se desplomó hasta representar sólo el 10 por ciento de la cantidad requerida para mantener las comunidades arbóreas en su nivel histórico. El efecto fue aún más severo a los cincuenta años: los niveles de reclutamiento cayeron hasta el 1 por ciento. De acuerdo a estos investigadores, dicha tendencia eventualmente podría ocasionar la extinción local de muchas especies de árboles nativos.
Después de descartar otros causas potenciales, tales como el clima, los incendios, la disminución en el impacto de las tribus nativas y el uso de suelo, el estudio concluyó que estos cambios en la supervivencia de los arboles se debieron a la pérdida de los grandes depredadores.
“Ninguno de los otros factores analizados explicó el declive observado a largo plazo en el reclutamiento arbóreo”, describen los investigadores.
La disminución en la sobrevivencia de los árboles y la pérdida de ciertas especies vegetales debido a la pérdida de depredadores puede tener muchos impactos sobre el ecosistema, afectándolo todo, desde la erosión hasta los incendios.
“La rápida erosión de los suelos de las laderas montañosas o de las riberas de los ríos puede presentarse a medida que se altera paulatinamente la diversidad y la biomasa de las comunidades vegetales”, comenta Beschta. Además, “el fuego es un mecanismo importante para la regeneración de los álamos, pero cuando existen altos niveles de herbivoría el fuego acelera la remoción de los árboles grandes al tiempo que los brotes son incapaces de crecer por arriba del nivel de ramoneo de los venados o de los wapitíes”.
La pérdida de los grandes depredadores y el aumento en el nivel de forrajeo de los herbívoros también puede tener un gran impacto sobre los ambientes acuáticos, pudiendo incluso llegar a degradar las comunidades vegetales hasta el punto en el que “éstas ya no son capaces de mantener la estabilidad de los bancos ribereños ante los eventos en los que se presentan grandes caudales de agua” afirma Beschta. “Una vez que las comunidades vegetales ribereñas han sido degradadas, puede presentarse un ensanchamiento o erosión vertical de los cauces”.
Tales impactos pueden elevar las temperaturas durante el verano debido a que se reduce la profundidad de la corriente y aumenta la carga de sedimentos, destruyendo hábitats importantes para la reproducción de los peces.
Un estudio realizado en el Parque Nacional Zion mostró la potencia de las repercusiones ocasionadas por la pérdida de un superpredador: la abundancia de varias especies, incluyendo plantas acuáticas y terrestres, anfibios, lagartijas y mariposas, resultó ser menor en las zonas donde los pumas eran escasos en comparación con las áreas donde los pumas aún rondaban con frecuencia.
Al final, la pérdida de un depredador tope puede estar asociada con la disminución general de los servicios ecosistémicos, dado que “la diversidad de plantas autóctonas, así como la estructura y composición de las comunidades vegetales son necesarias para sustentar la cadena alimenticia, mantener los hábitats, contribuir a la formación de suelo y muchos otros servicios ecosistémicos. La clave para la manutención de estos servicios es una comunidad vegetal sana y vibrante”, aseveró Beschta.
Pero sin los súper depredadores el pastoreo excesivo de los grandes herbívoros “puede alterar profundamente el funcionamiento normal de las comunidades vegetales naturales”, asegura Beschta y agrega que “la herbivoría incontrolada es una ‘poderosa’ fuerza ecológica que puede tener severas consecuencias para los ecosistemas terrestres y acuáticos”.
Los depredadores enriquecen el ecosistema
Uno de los estudios recientes más sorprendente sobre depredadores muestra que éstos no sólo afectan a las especies vegetales, sino que, a través de sus actividades de caza, también crean puntos de concentración de nutrientes que mantienen los ecosistemas ricos y variados.
Investigadores de la Universidad Tecnológica de Michigan usaron registros de depredación de lobos sobre alces a lo largo de 50 años en el Parque Nacional Isla Royale, en el Lago Superior. Encontraron que los cadáveres de alce enriquecen el suelo con compuestos bioquímicos que crean puntos de concentración de fertilidad forestal.
Mediante la cuantificación de estos compuestos en los suelos de los sitios de depredación y en sitios de control, los científicos encontraron que los suelos de los sitios de matanza eran entre 100 y 600 por ciento más ricos en nitrógeno inorgánico, fósforo y potasio que los sitios de control. Además, mostraron en promedio un 38% más ácidos grasos bacterianos y fúngicos y los niveles de nitrógeno en el follaje fueron entre 25 y 47% más elevados que en los sitios de control.
«Este estudio reveló una inesperada asociación entre el comportamiento de caza de un gran depredador, el lobo, con los puntos de concentración bioquímica en el paisaje”, aseveró Joseph Bump, profesor asociado de la Escuela de Recursos Forestales y Ciencias Ambientales de la Universidad Tecnológica de Michigan. “Esto es importante porque arroja luz sobre otra de las contribuciones que los superpredadores tienen en los ecosistemas que habitan e ilustra lo que puede protegerse o perderse cuando los depredadores son conservados o exterminados”.
Bump afirma que él y sus colegas se sorprendieron por la claridad con la que aparecieron los resultados de la bioquímica en los sitios de matanza, considerando que los lobos, con la ayuda de los carroñeros, dejan limpios hasta los huesos.
“Nos sorprendió el hecho que observamos fuertes efectos aún y cuando los cadáveres son tan bien aprovechados. Suponemos que los contenidos estomacales son importantes en la creación de los efectos de fertilización porque los lobos y los carroñeros no ingieren el material vegetal en descomposición ni el caldo microbiano que se encuentra en los estómagos de los alces”, relata Bump
Si en realidad los contenidos estomacales son la fuente primaria del flujo de nutrientes añadidos al ecosistema, entonces los cazadores humanos probablemente podrían generar un aumento similar en los nutrientes, comenta Bump. Sin embargo, agrega que existe una gran limitante a este respecto.
“[Los cazadores] dispersan los montones de vísceras a lo largo de diferentes lugares y en distintas épocas del año, de forma diferente a como lo hacen los lobos con sus presas”, explica Bump. “Los cúmulos de vísceras de los cazadores se concentran temporalmente durante la temporada de caza y generalmente se encuentran más cerca de los caminos”.
En otras palabras, los lobos juegan un papel importante en la distribución de los puntos de concentración de nutrientes. De acuerdo al artículo: “en contraste [con los cazadores humanos], los depredadores silvestres cazan continuamente a lo largo de zonas más amplias”.
“En algunas zonas del área de estudio se encontraron alces depredados por lobos en una proporción hasta 12 veces mayor en la que ocurrieron los alces que murieron por otras causas”, asegura Bump. “Esto significa que los lobos, al menos parcialmente, determinan el sitio en el que un alce cae al suelo. En algunas áreas donde aparentemente los lobos tienen un mayor éxito de cacería, se encontraron mayores depósitos de cadáveres y los cambios que observamos en el suelo estuvieron espacialmente agrupados”.
Al agrupar los cadáveres, los lobos crean zonas de mayor fertilidad en el suelo. Este agrupamiento no es reproducido por los cazadores humanos, ni por los atropellamientos vehiculares, ni por las muertes por inanición o cualquier otra clase de mortalidad de los alces.
Según el artículo, es poco probable que estos resultados sean aplicables únicamente para lobos y alces. “Es posible que los resultados obtenidos en este ecosistema boscoso se presenten dondequiera que la interrelación entre los grandes carnívoros y los ungulados se encuentre intacta. Por ejemplo, hemos observado efectos biogeoquímicos similares, tanto sobre la superficie como debajo de ella, en sitios de acumulación de cadáveres de wapitíes en el Parque Nacional Yellowstone […] En la tundra ártica, un ambiente de escasos recursos, el impacto que tiene el cadáver de un buey almizclero (Ovibos moschatus) sobre la vegetación circundante sigue siendo dramático después de 10 años, lo cual resalta que los efectos de los cadáveres pueden ser más duraderos en algunos sistemas. Es factible que se presenten dinámicas similares en los sistemas sudamericanos, africanos y asiáticos que mantienen intacta sus relaciones presa-depredador”.
Los autores sostienen que estas investigaciones son cruciales porque demuestran que los superpredadores aportan servicios ecosistémicos desconocidos e inesperados, lo cual, en la jerga científica se describe como “la creación de heterogeneidad ecosistémica a múltiples escalas”.
“Lo que importa” concluye Bump, “es que los lobos no están conectados instintivamente ni con el suelo ni con la fertilidad de un porción de tierra determinada. La identificación y descripción de estas relaciones permite contar una historia más completa de lo que ocurre cuando existen poblaciones saludables de alces y lobos en el paisaje. Si los ecólogos continúan contándonos este tipo de historias entonces sabremos qué es lo que se gana o pierde con la restauración o la desaparición de las poblaciones de lobos, respectivamente”.
¿Qué sigue?
A medida que los investigadores descubren más formas en las que los depredadores contribuyen al funcionamiento de los ambientes, la pregunta que surge es ¿ahora qué sigue?
Una respuesta relativamente reciente estriba en la reintroducción de los superpredadores en los hábitats de donde desaparecieron. Hasta la fecha los grandes depredadores han sido reintroducidos en algunas zonas selectas, siendo el ejemplo más famoso el de los lobos en Norteamérica. Pero el proceso de reintroducción de estas especies es novedoso y los investigadores son muy cautelosos para recomendarlo sin antes conocer la fotografía completa del ecosistema que les permita predecir los efectos potenciales.
“Necesitamos visualizar el ecosistema como un todo y no enfocarnos sobre una sola especie”, recomienda Ritchie, co-autor del artículo sobre el efecto de los superpredadores en los mesodepredadores. “Cuando interferimos con un sistema natural es inevitable que haya vencedores y vencidos. Así que antes de continuar y de cambiar las cosas, necesitamos preguntarnos el por qué estamos haciéndolo, qué esperamos lograr y cuáles serán los resultados probables. Si somos incapaces de responder estas preguntas entonces no deberíamos seguir adelante”.
El Parque Nacional Yellowstone ha demostrado ser un ejemplo particularmente intrigante sobre los efectos que la reintroducción de los grandes depredadores puede generar en los ecosistemas, debido a que el lobo, el mayor depredador de la región, estuvo ausente por casi 90 años.
El estudio de Beschta encontró que después de la desaparición de los lobos en Yellowstone, la población de álamos (Populus) disminuyó rápidamente debido a la intensificación del ramoneo por parte de las manadas de wapitíes. Durante este tiempo, se iniciaron programas de extracción de wapitíes para controlar el sobre-ramoneo en Yellowstone y otros parques, pero ninguno pudo replicar el efecto de un superpredador sobre las poblaciones de ungulados.
Eventualmente, durante 1995 y 1996, inicio un cauteloso programa de reintroducción en el Parque Nacional Yellowstone: treinta y un lobos fueron regresados a la naturaleza. La medida rápidamente fue un éxito, a pesar de estar rodeada de controversia.
“Con la reintroducción de los lobos en Yellowstone, el gremio de los grandes carnívoros está completo nuevamente”, atestigua Beschta. “Luego de unos cuantos años después de la reintroducción, en algunas zonas empezamos a registrar un descenso en la presión de ramoneo y un incremento en la altura de los individuos juveniles de sauces, álamos y chopos. Este resultado es sumamente estimulante porque parece ser que es la primera vez en varias décadas que estos árboles han podido crecer por arriba del nivel de ramoneo de los wapitíes, produciendo semillas para las próximas generaciones. Otras observaciones indican que están aumentando los números de castores y que los depredadores pequeños y los carroñeros podrían estar mejorando sus condiciones. En contraste, la abundancia de wapitíes y coyotes ha estado yendo a la baja”.
Un estudio reveló que la tasa de supervivencia de los berrendos juveniles se ha incrementado en un 400% en Yellowstone, lo cual es un claro ejemplo del impacto que los lobos tienen sobre los mesopredadores, en este caso sobre los coyotes.
“En términos generales, la reintroducción de lobos parece haber desencadenado un proceso de reestructuración del ecosistema de Yellowstone, el cual aún continúa” agrega Beschta. “Esperamos que con el transcurso del tiempo Yellowstone genere una mejor comprensión del grado en el que los grandes depredadores como los lobos han influido sobre otros ecosistemas en los terrenos nacionales del Oeste americano”.
Los lobos de Yellowstone son un buen ejemplo de cómo las reintroducciones de superpredadores pueden llegar a ser un completo éxito ecológico.
No obstante que quedan algunas interrogantes en el aire, Ritchie ve la reintroducción de los grandes depredadores como un medio para restablecer ecosistemas sanos y funcionales.
“En muchos casos, nuestros ambientes tan sido tan gravemente degradados por el impacto humano, que con frecuencia no hay nada que perder y mucho que ganar con la aplicación de experimentos intrépidos”, comenta Ritchie a mongabay.com. “Por ejemplo, el demonio de Tasmania es un depredador nativo de Australia cuyas poblaciones están disminuyendo en la isla de Tasmania debido una enfermedad que les provoca la aparición de tumores faciales. Hasta hace muy poco este animal ocupaba las tierras del interior del continente australiano. A partir de la teoría ecológica y de la evidencia anecdótica sabemos que esta especie es capaz de controlar las poblaciones de zorras y gatos y, por lo tanto, ayudar a otras de nuestras especies más amenazadas. Así que, ¿por qué no reintroducimos demonios a la porción continental? Quizá sean capaces de revertir parte del daño causado por las zorras y los gatos, además del beneficio adicional que representa el establecimiento en el continente de una población de demonios libre de enfermedades, que sirva de garantía para la supervivencia de la especie”.
Por supuesto que existen presiones políticas de ambos lados, tanto de los grupos a favor como de los que están en contra de los depredadores, que complican el problema. Muchas personas, de forma similar a los mesodepredadores, aún sienten temor y aversión ante los grandes depredadores. Uno solo tiene que echar un vistazo al reciente debate sobre la autorización de la caza de lobos en EE.UU. para darse cuenta de cuan apasionados suelen tornarse los argumentos.
Aunque la reintroducción de lobos en Yellowstone ha demostrado ser un éxito ecológico, en el terreno político no le ha ido tan bien. Después de años de presión de los grupos anti-lobos, este año el gobierno de Obama permitió que los estados de Wyoming y Montana iniciaran una vez más la cacería de lobos. Rápidamente fueron devastadas algunas manadas que eran bien conocidas en Yellowstone. Nadie sabe como este reciente experimento en las reintroducciones controladas por el hombre incidirá sobre los lobos sobrevivientes y, a su vez, sobre el gran ecosistema. Aún así, Ritchie sugiere que al extraer a los grandes depredadores, especialmente a los líderes de las manadas, los conflictos entre la gente y los carnívoros solo tenderán a empeorar, en lugar de mejorar.
“Muchos superpredadores (por ejemplo, los lobos) tienen conductas y estructuras sociales complejas, por lo que al eliminar individuos, especialmente los que son dominantes y más experimentados, podemos alterar drásticamente la forma en la que la manada se comporta”, explica Ritchie. “En el caso de los dingos, existe cierta evidencia de que su estructura social se rompe cuando se matan individuos… En algunos casos, los dingos parecen depredar más ganado en las zonas donde son perseguidos que en las áreas donde no son molestados. Esto probablemente ocurre porque sobreviven pocos dingos viejos, los cuales en circunstancias normales entrenan a los perros jóvenes a cazar especies como los canguros. Así que al final lo único que tienes es un montón de adolescentes rudos y maleducados que se abalanzan sobre la presa más fácil, que con bastante frecuencia son los becerros de las vacas”.
Actualmente, Australia está considerando la reintroducción de dingos en algunas zonas para echarles una mano a los sobre-depredados mamíferos nativos. Una investigación reciente también ha sugerido que la reintroducción de lobos en las tierras altas de Escocia, ausentes desde mediados del siglo XVI, podría ayudar al regreso del follaje natural, el cual hoy en día es sobre-ramoneado por los ciervos. Tales esquemas de reintroducción enfrentan muchas dificultades políticas; a final de cuentas no es la ciencia sino la política lo que determina el rumbo a seguir.
Tal como lo afirma Beschta: “la principal conclusión de nuestras investigaciones es que la pérdida de los grandes depredadores ha sido increíblemente importante. Lo que sigue a partir de aquí estriba en el uso que la sociedad le dé a esta ‘nueva’ información”.
Tomado de https://es.mongabay.com/2010/02/grandes-depredadores/
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