Por desgracia, este sello de distinción —y prestigio— discursivo, ha ido desplazando progresivamente un factor diversión que terminó alcanzando mínimos históricos en la hinchada reflexión existencialista de 'Soul'; remontando el vuelo al año siguiente con una 'Luca' que dejó a un lado ínfulas grandilocuentes para abrazar al espectador con amabilidad y calidez.
Ahora, con la extraordinaria 'Red', el estudio de animación ha ido un paso más allá; dando forma a su mejor película de los últimos años a partir de una combinación imbatible de comedia desmadrada de alto voltaje que no entiende de contenciones y de ese corazón marca de la casa que no pone el mensaje por encima de una experiencia única, relegada incomprensiblemente a la pequeña pantalla con su estreno en Disney+.
Adolescencia 101
La secuencia introductoria de 'Red' es otro de esos pasajes made in Pixar dignos de ser estudiados en todas las escuelas de cine. En pocos minutos, y haciendo gala de un uso exquisito del lenguaje audiovisual, la cinta no se limita a presentar con certeza a su protagonista y las claves del conflicto sobre el que gira el relato; también hace una declaración de intenciones al condensar y sentar las bases formales y tonales que apuntalan sus fugaces 100 minutos de metraje.
Si algo destaca en esta espectacular toma de contacto, es un desbordante derroche de creatividad que evoluciona in crescendo hasta que los créditos finales circulan en pantalla. Rupturas de la cuarta pared, comedia visual de primera, estímulos visuales constantes, transiciones dinámicas... el volumen de recursos es tan grande como acertado; pero si algo hace que el conjunto funcione y no se reduzca al caos es un montaje espléndido que enlaza gags a toda velocidad y aporta un ritmo y una dinámica que recuerda por momentos a títulos como 'Scott Pilgrim contra el mundo'.
No obstante, nada de esto habría llegado a tan buen puerto sin el trabajo de Domee Shi en la dirección; que ha reafirmado el gran talento que ya dejó entrever en su genial cortometraje 'Bao'. Su calculada puesta en escena y su precisa planificación, además de regalar alguna que otra instantánea memorable, se sirven de un músculo técnico arrollador —las físicas y las texturas son de otro mundo— con el que Pixar vuelve a tocar techo; añadiendo un sutil tinte anime a su diseño de producción para terminar de impulsar lo verdaderamente importante: la historia y sus personajes.
En términos generales, hay que reconocer que 'Red' no inventa la rueda, mostrándose como un coming of age arquetípico aderezado con un componente sobrenatural que retrata con veracidad la transición a la adolescencia y las relaciones maternofiliales. Pero estos cimientos se ven potenciados por un surtido de personajes encantadores, por su representación de la cultura china y por una estructura dramática ejemplar en su uso de la causalidad, y que desemboca en un tercer acto tronchante que hará las delicias de los amantes del fantástico.
Por supuesto, bajo todo este aluvión de diversión sin tregua y valores cinematográficos impolutos, la película encierra ese poso característico de Pixar que sigue explorando la vida y la condición humana, pero aligerándolo y haciéndolo más digerible a través de la autoconsciencia y la ausencia de ínfulas de trascender. Y es que, con 'Red', parece que en el estudio han decidido sustituir al fin las lágrimas más amargas que produce la desazón por las que brotan fruto de las carcajadas más puras y cómplices; algo que, lejos de lo que puede parecer a simple vista, es un logro que sólo está al alcance del mejor cine.
La secuencia introductoria de 'Red' es otro de esos pasajes made in Pixar dignos de ser estudiados en todas las escuelas de cine. En pocos minutos, y haciendo gala de un uso exquisito del lenguaje audiovisual, la cinta no se limita a presentar con certeza a su protagonista y las claves del conflicto sobre el que gira el relato; también hace una declaración de intenciones al condensar y sentar las bases formales y tonales que apuntalan sus fugaces 100 minutos de metraje.
Si algo destaca en esta espectacular toma de contacto, es un desbordante derroche de creatividad que evoluciona in crescendo hasta que los créditos finales circulan en pantalla. Rupturas de la cuarta pared, comedia visual de primera, estímulos visuales constantes, transiciones dinámicas... el volumen de recursos es tan grande como acertado; pero si algo hace que el conjunto funcione y no se reduzca al caos es un montaje espléndido que enlaza gags a toda velocidad y aporta un ritmo y una dinámica que recuerda por momentos a títulos como 'Scott Pilgrim contra el mundo'.
No obstante, nada de esto habría llegado a tan buen puerto sin el trabajo de Domee Shi en la dirección; que ha reafirmado el gran talento que ya dejó entrever en su genial cortometraje 'Bao'. Su calculada puesta en escena y su precisa planificación, además de regalar alguna que otra instantánea memorable, se sirven de un músculo técnico arrollador —las físicas y las texturas son de otro mundo— con el que Pixar vuelve a tocar techo; añadiendo un sutil tinte anime a su diseño de producción para terminar de impulsar lo verdaderamente importante: la historia y sus personajes.
En términos generales, hay que reconocer que 'Red' no inventa la rueda, mostrándose como un coming of age arquetípico aderezado con un componente sobrenatural que retrata con veracidad la transición a la adolescencia y las relaciones maternofiliales. Pero estos cimientos se ven potenciados por un surtido de personajes encantadores, por su representación de la cultura china y por una estructura dramática ejemplar en su uso de la causalidad, y que desemboca en un tercer acto tronchante que hará las delicias de los amantes del fantástico.
Por supuesto, bajo todo este aluvión de diversión sin tregua y valores cinematográficos impolutos, la película encierra ese poso característico de Pixar que sigue explorando la vida y la condición humana, pero aligerándolo y haciéndolo más digerible a través de la autoconsciencia y la ausencia de ínfulas de trascender. Y es que, con 'Red', parece que en el estudio han decidido sustituir al fin las lágrimas más amargas que produce la desazón por las que brotan fruto de las carcajadas más puras y cómplices; algo que, lejos de lo que puede parecer a simple vista, es un logro que sólo está al alcance del mejor cine.