lunes, 7 de junio de 2021

LSD (II), LA DROGA QUE CAMBIÓ AL ROCK

El 19 de abril también es conocido como “El Día de la Bicicleta”. Sin embargo pocos saben que la celebración tiene poco que ver con el vehículo de dos ruedas, sino con el LSD, el ácido lisérgico de dietilamida 19 que literalmente cambió a la cultura mundial y de paso al mundo del Rock. Así que les tenemos algunas historias de destacados rocanroleros que cambiaron su visión de las cosas por el lisérgico mundo del LSD.

Albert Hofmann


Antes de entrar en materia, creemos pertinente describir el primer viaje de su creador, quien tomó la droga por casualidad.

Fue el 16 de Noviembre de 1938 cuando Hofmann sintetiza la dietilamida de ácido lisérgico 25 o LSD por primera vez, a partir de sustancias activas contenidas en plantas y hongos (entre ellos el psilocybe cubensis que se da muy bien en las alturas de Huautla de Jimenez, Oaxaca, hogar de la mítica chamana, María Sabina) con el objetivo de crear nuevos medicamentos, específicamente buscaba crear un estimulante del sistema respiratorio y circulatorio. Sin embargo dejó su descubrimiento a un lado por cinco años, hasta que decidió echarle una nueva mirada.

Al estar haciendo una nueva síntesis, accidentalmente el científico sueco absorbió el LSD a través de las yemas de sus dedos y fue así que comenzó el primer viaje ácido de la humanidad. Así lo describió el propio Hoffman en notas posteriores:

Me sentí con una inquietud notoria, combinado con una ligera sensación de mareo. Llegué a casa y me sumí en una nada desagradable sensación de intoxicación, misma que era estimulada por una exacerbada imaginación. Era una sensación como de estar en un estado de ensoñación, con los ojos cerrados (la luz del día me resultaba muy molesta), percibí oleadas de imágenes fantásticas, formas extraordinarias que se entrelazaban entre juegos de colores todo lo cual fue muy placentero de observar. Después de casi dos horas, la sensaciones se desvanecieron. A través de mi experiencia con el LSD y mi nuevo panorama de la realidad me di cuenta de las maravillas de la creación, la magnificencia de la naturaleza y el reino animal y vegetal. Me volví muy perceptivo respecto a lo que pasaba con ellos y nosotros.

El 19 de Abril de 1943 decidió tomar una nueva dosis voluntaria para experimentar y documentar los efectos del ácido, esta vez ayudado por un asistente. Se lo tomó pero no le “explotó” en el tiempo que esperaba, así que decidió irse a su casa en bicicleta (ya que no se podían usar vehículos automotores por ser tiempos de guerra) y fue así, pedaleando, que el ácido le hizo efecto y pasó de la ansiedad al disfrute total una vez que llegó a su casa. Es así como entre los adeptos al LSD este día se conoce como el Bicycle Day.

Connie Littlefield se dio a la tarea de realizar un estupendo documental sobre el LSD llamado Hofmann’s Potion el cual tiene como objetivo desempolvar el descubrimiento y síntesis de esta sustancia, y motivar futuras investigaciones respecto a esta sustancia.

Así lo expresó Hoffman:
Creo que la posibilidad de tener experiencias psicodélicas es innata. Estos psicodélicos – muy similares a los compuestos que se encuentran en nuestro cerebro – de todos los compuestos que pueden encontrarse en el reino vegetal, sólo los psicodélicos están relacionados con estas sustancias del cerebro, las cuales ya poseemos naturalmente.

Syd Barrett


No todo fue miel sobre hojuelas al respecto del LSD. Syd fue una de las víctimas del LSD; víctima casual y voluntaria. Sus roomates, el recientemente fallecido Storm Thorgerson (líder del despacho de diseñadores Hipgnosis, quienes diseñaron todas las portadas de los álbumes de Pink Floyd) y Nigel Gordon tuvieron la idea de rociar los cubos de azúcar (utilizados para el tradicional té británico) con LSD que entonces podía obtenerse en las farmacias en forma líquida. Así que el ácido lisérgico entró en el menú diario de Syd Barrett, cosa que lo llevó a experimentar más y más con otros psicodélicos (marihuana, hongos) que estaban muy a la mano durante los años 60. Barrett quedó “perdido en el espacio” de su propia mente, lo cual le derivó en una pronunciada esquizofrenia y sus compañeros de banda no tuvieron más remedio que literalmente abandonarlo, hecho que los perseguiría y llenaría de culpa por muchos años, principalmente a Waters quien se vio sumamente afectado por la locura de Barrett.
Ken Kesey, The Grateful Dead y el Electric Kool-Aid


Mientras trabajaba en el hospital mental que inspiró su novela One Flew Over the Cuckoo’s Nest (conocida en México como Atrapados Sin Salida), Ken Kesey se convirtió uno de los primeros estadounidenses en consumir LSD.

Los doctores del hospital le pidieron a Kesey que participara en una investigación clínica que documentara las capacidades fusionadoras de la mente en 1960. Lo confinaron en un cuarto con una grabadora de cinta y un asistente. Kesey dejó capturadas una a una todas sus alucinaciones, las cuales incluían ranas que hablaban, momias, y una grabadora Wollensak a la que de repente le surgía una barba.

El director Alex Gibney se encargó de capturar esta experiencia psicodélica en un documental llamado Magic Trip que relata las aventuras de Kesey, las cuales incluyen liderar a una banda de consumidores de LSD, los Merry Pranksters, a través del país en un autobús escolar modificado (y bautizado como Furthur), escenificando fiestas empapadas de ácido junto a los Grateful Dead, las cuales consistían en verdaderas encerronas en enormes bodegas, en las cuales se le proporcionaba a los asistentes el ácido lisérgico mezclado con la popular bebida instantánea Kool-Aid. Cerraban las puertas y nadie podía salir hasta que todos regresaran a la normalidad.

Hacia el final de su dialogo errabundo en el trailer de la película, Kesey tiene una revelación sobre su papel futuro como evangelista psicotrópico: “siento como si hubiera descubierto un agujero en el centro de la Tierra y en él pudieras ver joyas preciosas, y quisieras que otras personas bajaran ahí contigo y las disfrutaran”.

Jimi Hendrix

A finales de Mayo de 1966, una chica de ojos cafés, un cantante de folk de Minnesota y el LSD tendrían un impacto indeleble en la vida y carrera de Jimi Hendrix. Este trío de fuerzas abrirían un mundo interior para el músico, que cambiarían para siempre su aparente destino como acompañante de otros artistas. Una vez que estos cambios tuvieron efecto su vida pasada – acompañando a Little Richard o bailando disfrazado en una revista musical – serían sólo recuerdos distantes (y poco placenteros). Sería la siguiente fase de la frecuente reinvención de su persona, personaje que demostró ser poderoso y perdurable.

La chica entró a la escena primero. Se llamaba Linda Keith, una hermosa modelo que era todo lo que Jimi no: británica, judía, bien educada y parte integral de la acelerada vida nocturna londinense. Pero para Hendrix lo más impresionante de ella era que su novio era un Rolling Stone: Keith Richards.

Los Stones estaban a punto de ir a Estados Unidos para lo que sería su famosa gira del 66; Linda se había adelantado para conocer la escena de clubes de Nueva York. Como amante de la música llevaba con ella una maleta con sus discos de 45rpm favoritos. Bella, inteligente y conocedora de música, eso era suficiente para hacer a cualquier hombre desfallecer.

Jimi estaba tocando en el Cheetah, en un ruinoso concierto más, acompañando al cantante Curtis Knight. Durante toda la primavera, Jimi se había jurado abandonar al grupo para siempre. No era para menos que tuviera ganas de irse, el lugar, que tenía capacidad para 2 mil personas, apenas contaba con 40 esa noche. Linda le prestó poca atención a la banda pero el guitarrista le llamó la atención.

La manera en que Hendrix movía las manos por el brazo de la guitarra hicieron que Linda notara su extraordinario talento. Más aún, verlo tocar enfrente de un público poco numeroso e ingrato, despertó su sentido de la justicia. Cuando Jimi terminó su set, Linda lo invitó a la mesa con sus amigos, quienes lo llenaron de elogios, cosa a lo que el joven guitarrista no estaba acostumbrado, menos provenientes de una hermosa modelo y mucho menos de la mismísima novia de Keith Richards.

Después partieron a una fiesta en un departamento de la calle 63. Hablaron de música, política e inevitablemente de drogas. Le preguntaron a Hendrix si estaría interesado en tomar algo de ácido. Jimi mostró toda su inocencia y completa inexperiencia cuando les dijo “no me gustaría nada de eso, pero me encantaría probar algo de ese LSD”, lo dijo así, sin saber que “acido” era la forma común de llamarle al LSD.

Jimi ya había experimentado con un poco con marihuana, hashish, algo de speed y en raras ocasiones cocaína. En Manhattan, las opciones para drogarse se reducían a marihuana y cocaína, pero en Nueva York nadie estaba consumiendo ácido entonces. En el Harlem especialmente lo consideraban una droga “de blancos”.

En los años 40 el medicamento descubierto por Albert Hoffman se anunciaba como la cura para varios padecimientos, desde el alcoholismo hasta la esquizofrenia. La droga aun era legal cuando Hendrix la consumió (se volvió ilegal en Estados Unidos hasta 1967).

El doctor Timothy Leary, quien experimentó profundamente con el LSD, decía que el estado y el ambiente de una experiencia con LSD son tan importantes como la dosis. El “estado” se refiere al estado mental del usuario y el ambiente se refiere al lugar donde se usará la droga. Para Jimi Hendrix el estado y el ambiente no pudieron ser mejores: estaba siendo halagado por una inteligente modelo británica que sabía quién era Robert Johnson; estaba en un moderno departamento con las paredes pintadas de rojo con manchas de leopardo; y estaba escuchando la colección de discos de blues de Linda. Habría sido intoxicado aún sin drogas, así que sobra decir que el viaje estuvo muy bien.

Jimi Hendrix le contó a un amigo que en su viaje “me veía en el espejo y creía que era Marilyn Monroe”. Hendrix usó el LSD como filtro para su creación. Con esto no queremos decir que componía estando drogado, sino que el pensamiento psicodélico influyó profundamente en su estilo de tocar, de componer y de escribir letras. Jimi le decía a sus amigos cercanos que él no tocaba notas, sino que “tocaba colores” y que veía la música en su cabeza cuando la tocaba. Su descripción del proceso creativo es similar a la descripción del doctor Hoffman de su primer viaje de ácido: “toda percepción acústica se transformaba en percepciones ópticas”

The Beatles

George Harrison nos cuenta la primera experiencia del cuarteto de Liverpool con el famoso ácido, del cual después John Lennon se volvería un devoto fan, declarando que el mundo surrealista del ácido era la realidad para él.

“Déjame decirte lo que pasó: tenía un dentista nos invitó a John y a mí y nuestras respectivas ex esposas a cenar, y él tenía algo de ácido el cual obtuvo del tipo que manejaba la Playboy en Londres. El de Playboy lo obtuvo de quien lo tenía en Estados Unidos. ¿Cómo se llamaba? Tim Leary. Y bueno, este tipo ni siquiera lo había probado él mismo, no sabía nada sobre el LSD, creía que era un afrodisíaco y tenía una novia con enormes pechos. Nos invitó con nuestras esposas rubias y creo que él pensaba que tendríamos una orgía o algo así. Lo puso en nuestro café sin decirnos – él no tomó nada. Nosotros no sabíamos que lo habíamos tomado y ya habíamos hecho un compromiso previo. Después de la cena iríamos a un club nocturno a ver a algunos amigos que tocarían con una banda.Klaus Voorman y otros dos músicos. Y yo decía “Ok, vámonos, tenemos que irnos”, y este tipo seguía diciendo “No se vayan, terminen su café”. Entonces, 20 minutos después o algo así, yo decía “John, mejor vámonos, nos perderemos el show”. El dentista le dijo algo a John y él dijo que no deberíamos porque acabábamos de tomar LSD. Yo había escuchado hablar del LSD, pero fue antes de toda la locura, todo el mundo hablaba del cielo y el infierno y esas cosas. Así que afortunadamente, no me importaba así que dije “¿LSD? ¿Y eso qué? ¡Vámonos!”. Y pude percibir que algo raro pasaba cuando no fuimos. El dentista dijo “Ok entonces, nos vamos con ustedes – los llevaré en mi auto, dejen aquí su coche”. Y yo dije “No, no espera un minuto, me llevo mi auto”. Nos fuimos y el fue detrás de nosotros.
Así que llegamos a este lugar y nos sentamos, creo que pedí un trago y de repente algo sucedió. Tuve este sentimiento sobrecogedor, pero no podía saber con claridad por qué pasaba, pero era como si estuviera muy enamorado de todo. Me sentía tan bien y quería levantarme y abrazar a todo el mundo y decirles cuánto los amaba. Y entonces de repente el cuarto comenzó a moverse un poco y cosas por el estilo pasaban, la siguiente cosa que recuerdo fue que me parecía que la Tercera Guerra Mundial estaba ocurriendo. Que caían bombas y toda esa clase de cosas, finalmente recuperé el sentido y me di cuenta que el lugar había cerrado. Encendieron todas las luces y los meseros recogían las mesas y trapeaban el suelo. De alguna manera salimos de ahí y caminamos a una discoteca, el Ad Lib. Las cosas no eran nada como son normalmente, es difícil de explicar, todo era como Alicia en el País de las Maravillas. Recuerdo que Pattie medio jugando y medio en serio trató de romper el cristal de un aparador.

Cuando entramos nos pareció que el elevador estaba en llamas porque tenía esta luz roja y pensábamos que nos iba a llevar al infierno. Todos estábamos histéricos y locos. Finalmente entramos al lugar y nos sentamos ahí por horas.

Realmente no fui yo quien metió a los Beatles en el ácido, maliciosamente este tipo nos lo dio en el café, así que no fuimos nosotros; fuimos víctimas de gente tonta.

Después del club de alguna manera pude llevar a todos a su casa en mi Mini Cooper, parecía que ibamos a 100 kilometros por hora y en realidad iba a 10. Pattie gritaba “¡salgamos del coche y juguemos futbol!” porque había unos postes de rugby por ahí. John hacía bromas histéricas, como cuando se metía speed, porque también estaba en eso siempre. Era fantástico y a la vez terrible. John dijo que había hecho muchos dibujos esa vez, había uno con cuatro cabezas que decía “todos estamos de acuerdo contigo”, se los dio a Ringo. John pensaba que mi casa era como un enorme submarino que él conducía.

Después de eso John y yo pensamos: “¿cómo vamos a decirle a los otros?” Porque no hay regreso después de algo así. Es como si nunca volvieras a ser quien eras antes, afortunadamente. Lo que yo obtuve de ello valió la pena. Revolvió mi cerebro por un año – me parecieron años en realidad, pero ya sabes qué el tiempo se extiende en ese estado. El pánico por conjurar el “cielo y el infierno” como se decía, no era tanto así. En realidad todo en la vida física es cielo e infierno al mismo tiempo, esa es su naturaleza. El ácido sólo me hizo darme cuenta de ello. El infierno es infernal si así lo experimentas o el cielo puede ser divino si así lo quieres.

Así que pensamos en cómo decírselos a Paul y Ringo y todos los demás. Teníamos que conseguir más y dárselos. Así que conseguimos otro poco en Nueva York cuando estábamos de gira. Cuando llegamos a Los Ángeles les dijimos “OK muchachos, van a tomar esto”. Uno debía quedarse sobrio, así que nuestro roadie Mal Evans fue el elegido. Ringo y Neil Aspinall lo tomaron con nosotros. Paul no quería saber nada al respecto. Y ahí estaban también David Crosby, Jim McGuinn y Peter Fondaquien se apareció de repente. Esta fue nuestra segunda vez. La tercera vez lo hicimos con un tipo en Inglaterra y pensamos “Oh, no podemos hacer esto más, ya es demasiado”. Tenía cierto miedo de ello también. Después me metí a la onda hindú y la meditación y todo eso, y después de eso me di cuenta de muchas cosas, una de las cosas que escuché en la India era sobre el miedo: “mira al miedo a la cara y nunca más te molestará”. Así que pensé, en verdad me da algo de miedo esta onda del ácido, y no puedo ir por la vida temeroso de ello, así que mejor lo tomaré de nuevo, jajaja. Así que lo tomé durante 1967, parecía que lo habíamos tomado todo el año, en casa de John, en casa de Ringo, y llegué al punto en que podía manejar un Ferrari por Hyde Park en hora pico, con tráfico, en ácido y simplemente ya no funcionaba. Lo único que hacía era darme un dolor en el cuello.

Tenía una botella con un poco de LSD líquido, así que lo puse bajo un microscopio que tenía y se veía como cuerda vieja. Pensé “no voy a volver a poner eso en mi cerebro nunca más” así que lo guardé. Las buenas cosas de ello –la alfombra volando en el cuarto, las sillas que se hacían grandes y pequeñas, toda la onda como de película de Roman Polanski– se detuvo cuando comencé a comprender más sorbe la relatividad, el tiempo y el espacio. La diversión se le había terminado, así que dejé de tomarlo. No puedo imaginar lo que hubiera pasado si no. Cuántos años de mi vida me habría llevado hasta darme cuenta, quizás nunca en esta vida lo habría hecho. Sólo abrió la puerta y experimenté buenas cosas.”

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