Varias de las historias presentan el personaje de Calvin, jefa de robopsicólogos de U.S. Robots and Mechanical Men, Inc. el mayor fabricante de robots. Tras la publicación en esta colección, Asimov escribió una secuencia de encuadre que presentaba las historias como recuerdos de Calvin durante una entrevista con ella sobre el trabajo de su vida, principalmente preocupada por el comportamiento aberrante de los robots y el uso de la "robopsicología" para resolver lo que está sucediendo en su cerebro positrónico. El libro también contiene el relato corto en el que aparecen por primera vez las Tres Leyes de la Robótica de Asimov, que tuvieron una gran influencia en la ciencia ficción posterior y también en el pensamiento sobre la ética de la inteligencia artificial. Estas leyes son:
-Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
-Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
-Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
Estas tres leyes surgen únicamente como medida de protección para los seres humanos. Según el propio Asimov, la concepción de las leyes de la robótica quería contrarrestar un supuesto "complejo de Frankenstein", es decir, un temor que el ser humano desarrollaría frente a unas máquinas que hipotéticamente pudieran rebelarse y alzarse contra sus creadores.
-Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
-Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
-Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
Estas tres leyes surgen únicamente como medida de protección para los seres humanos. Según el propio Asimov, la concepción de las leyes de la robótica quería contrarrestar un supuesto "complejo de Frankenstein", es decir, un temor que el ser humano desarrollaría frente a unas máquinas que hipotéticamente pudieran rebelarse y alzarse contra sus creadores.
De intentar siquiera desobedecer una de las leyes, el cerebro positrónico del robot resultaría dañado irreversiblemente y el robot "moriría". A un primer nivel no presenta ningún problema dotar a los robots con tales leyes, a fin de cuentas, son máquinas creadas por el hombre para su ayuda en diversas tareas. La complejidad reside en que el robot pueda distinguir cuáles son todas las situaciones que abarcan las tres leyes, o sea poder deducirlas en el momento. Por ejemplo saber en determinada situación si una persona está corriendo peligro o no, y deducir cuál es la fuente del daño o la solución. Las tres leyes de la robótica representan el código moral del robot. Un robot va a actuar siempre bajo los imperativos de sus tres leyes. Para todos los efectos, un robot se comportará como un ser moralmente correcto. Sin embargo, es lícito preguntar: ¿Es posible que un robot viole alguna persona? ¿Es posible que un robot "dañe" a un ser humano? La mayor parte de las historias de robots de Asimov se basan en situaciones paradójicas en las que, a pesar de las tres leyes, podríamos responder a las anteriores preguntas con un "sí". Publicada cuando la electrónica digital estaba en su infancia, «Yo, robot» resultó ciertamente visionaria. De hecho, las Tres Leyes de la robótica se articularon hacia 1940.
La obra se caracteriza por la falta de un gran despliegue técnico o de detalles espectaculares de un futuro posible, o grandes historias sobre la colonización de mundos lejanos, Yo, robot viene a ser un compedio de situaciones extremas dentro de la psicología de los robots. El mérito de esta novela se centra en la creación de seres inteligentes que pronto superan en capacidad racional a los propios seres humanos, lo que hace que la humanidad tenga que protegerse de ellos con las tres leyes, lo que a su vez da lugar a complejas paradojas. En muchos casos con una gran dosis de sentido del humor que esconde cierta ridicularización del ser humano.
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