Las heces fosilizadas, hoy llamadas cropolitos por su aspecto de piedra, son una gran fuente de información al contener material ganético que arroja luz sobre la época más desconocida de la humanidad. Pero en el siglo XIX, por su condición de mujer y su origen humilde, pocos escucharon lo que Anning tenía que decir.
Mary Anning fue la primera en darse cuenta que aquellos grandes fósiles con forma de piedra, conocidos como «bezoares», que proliferaban en los acantilados de Lyme Regis, en «la Costa Jurásica» inglesa, eran en realidad heces de dinosaurios. En el siglo XIX, esta observación, viniendo de una mujer, suscitó una oleada de carcajadas y burlas que no escamparon hasta que Buckland avaló las teorías de la humilde paleontóloga y se unió a ella para probarlo. La coprología se convirtió entonces en una herramienta clave para estudiar los ecosistemas de los distintos periodos geológicos.
Entre los hallazgos de Mary Anning -paleontóloga, coleccionista y comerciante de fósiles inglesa de principios de siglo XIX- figura el primer ictiosario en ser identificado correctamente y el descubrimiento de los primeros dos esqueletos de plesiosauros, del primer esqueleto de pterosaurio localizado fuera de Alemania y de algunos fósiles de peces importantes. Sus observaciones tuvieron un papel importante en la revelación de que los fósiles de belemnites contienen sacos de tinta fosilizada y, sobre todo, en la identificación de los coprolitos, conocidos entonces como «piedras bezoares», con excrementos fosilizados.
La obra de Mary Anning fue fundamental. Todas estas aportaciones que suenan tan complejas y específicas desafiaron no solo la manera de entender el mundo de principios del siglo XIX, sino también las teorías científicas sobre la vida prehistórica y la historia de la Tierra. Pero la comunidad británica siempre le dio más la espalda que la cara. Su condición de mujer -en esta época no se les permitía ni votar, ni ocupar cargos públicos ni acudir a la universidad- y su estirpe social humilde -procedía de una familia disidente de clase baja- la dejaron al márgen de los reconociminentos oficiales.
Los adinerados caballeron ingleses nunca llegaron a atribuirle por completo sus méritos y, a pesar de haber desmontado los cimientos de la investigación prehistórica, Mary Anning pasó penurias económicas durante toda su vida. «Mary dice que el mundo la ha utilizado hasta la saciedad... estos hombres de ciencia han chupado su cerebro, y han sacado un gran partido publicando obras, de las cuales ella elaboró los contenidos, recibiendo nada a cambio», escribiría una joven que solía acompañarla. Y es que Mary Anning nunca fue una investigadora normal y corriente. Cuando tenía 15 meses, tres mujeres que jugaban con ella entre los árboles fueron alcanzadas por un rayo que esquivó milagrosamente a la pequeña, un episodio que para muchos fue determinante en su extraordinaria inteligencia.A los 11 años, Mary Anning y su hermano encontraron lo que entonces les pareció un cocodrilo fosilizado. Era en realidad el esqueleto de un ictiosaurio, que dos años más tarde fue adquirido por el naturalista Bullock en el puesto artesanal en el que la inglesa vendía sus reliquias. Intrigado por aquellos huesos de pez-lagarto, Bullocl expuso los restos en su mansión de Londres y en 1819 lo vendió al Museo Británico. Pero ya nadie hablaba de Mary Anning.
El único reconocimiento temprano que Mary Anning recibió, antes de que su huella se imprimiese en los libros de Historia, fue el del experto en peces fósiles Louis Agassiz, que bautizó dos especies como Acrodus anningiae y Belenostomus anningiae en su honor, como agradecimiento por la ayuda que la inglesa, junto con un amiga, le había brindado en el examen de especímenes fósiles de peces. Dieciocho años después de su muerte, en el año 1865, Charles Dickens, fascinado como estaba por los dinosaurios, escribió un destacado artículo sobre Anning en la revista literaria All the Year Round en el que recalcaba las dificultades que tuvo que superar la inglesa, en concreto, el escepticismo de sus vecinos de Lyme. «La geología no era una ciencia cuando ella comenzó, pero Anning ella hizo que lo fuese (...) La hija del ebanista se ha ganado un nombre para ella merecidamente», publicó Dickens .
Hoy, Mary Anning cuenta incluso con una canción en su honor. La banda Artichoke relata en su letra la historia de la paleontóloga con significativos versos como «La vida antigua duerme como los fósiles (...) ella podía leer cada línea (...) reunió todos los huesos del pasado (...) y demostró a los hombres cómo podían conectarse, aunque al principio algunos se burlasen (...) muéstrame lo que has encontrado, querida».
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