A pesar de que muchos digan que venden productos naturales, sin compuestos químicos, nuestro mundo es un inmenso laboratorio químico. De este modo, y como existen innumerables compuestos a los que dar nombre, nos encontramos con nombres que, como mínimo, deberíamos llamar de peculiares. Como el ácido traumático, una hormona vegetal que hace que las células dañadas se dividan y ayuda a reparar el “trauma”, o el ácido erótico, que por supuesto no es el mejor afrodisíaco. Su nombre correcto es el ácido orótico, pero que en la literatura química a veces aparece mal deletreado. Quizá su nombre más conocido sea el de la vitamina B13. Y como comentó un químico, “si añades un carbono, tienes el ácido homo-erótico”.
Algo más diabólicos es la luciferasa, una enzima que reacciona con el ATP, que podríamos decir que es la molécula de la energía, para hender a la luciferina, su substrato. Esta reacción causa ese brillo en las luciérnagas y en ciertos tipos de peces. También existe un ácido diabólico, bastante difícil de aislar usando las habituales técnicas cromatográficas. O el factor anticoagulante draculina, que se encuentra en la saliva del murciélago-vampiro. Es una glicoproteína bastante larga, constituida por 411 aminoácidos.
Para contrarrestar tenemos el ácido angélico, el cual, la verdad, no tiene demasiado de angelical. Se trata de una sustancia de defensa de ciertos escarabajos. Toma su nombre de la planta sueca Archangelica officinalis, de cuyas raíces se obtuvo por primera vez en la década de 1840.
Algo más fuera de tono se encuentra la mencionada en la revista científica Phytochemistry, clitorina, o la abreviatura oficial (en inglés) del xantato etílico de sodio, SEX. Curiosamente, se puede adquirir tanto en su forma sólida o líquida y de acuerdo con la Australia’s National Industrial Chemicals Notification and Assessment Scheme, las consecuencias de exponerse a una alta concentración de SEX incluyen vértigo, temblores, dificultad al respirar, visión borrosa, dolores de cabeza, vómitos e incluso muerte. O el erectono, que es uno de los miembros de un grupo de compuestos extraídos de la hierba china Hypericum erectum, que la medicina tradicional de aquel país usa para trata la artritis, el reumatismo y como astringente.
Pero lo mejor llega de la Universidad Rice de Texas. Desde allí, un grupo de químico liderados por los químicos Chanteau y Tour, publicaron en la revista Journal of Organic Chemistry las moléculas NanoPutianas, en honor a los liliputienses de Los Viajes de Gulliver: el nanochico, el nanoatleta, el nanorey o el nanopanadero.
Por otro lado, la putrescina y la cadaverina dejan muy claro dónde podemos encontrarlas, al igual que la vomicina, fuente de la estricnina y del emético del mismo nombre. Más molón es el de domperidona, que poco tiene que ver con el champán y más como sustancia para provocar la producción de leche en mujeres lactantes. Y entre otros nombres peculiares tenemos el graciosillo furfuril furfarato, la celestial arcangelicina, la comestible thebacon o las “políticas” sarcosina y clintoniosida. Hasta los dibujos tiene sus moléculas: ahí tenemos la pikachurina, nombre dado por investigadores japoneses en 2008 a una proteína en honor al conocido Pokémon.
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