Un día antes de la celebración de La Guadalupana, pero hace 177 años y en Alemania, nació Robert Koch, quien descubrió el bacilo que causa la tuberculosis, una enfermedad ya conocida mucho antes del nacimiento de Jesucristo y que más de dos mil años después, aún es un grave problema de salud pública.
Por sus trabajos sobre la tuberculosis, Koch recibió en 1905 el Premio Nobel de Medicina y Fisiología y es considerado uno de los fundadores de la bacteriología junto con Louis Pasteur, con quien mantenía cierta rivalidad.
Como en el siglo XIX no se conocía la etiología de la tuberculosis, llamada tisis en la época hipocrática (para Aristóteles era causada por una sustancia que se respiraba), el descubrimiento del agente causal, llamado después Mycobacterium, “fue de gran relevancia para el mundo”, dice la candidata a doctora Norma Silvia Sánchez.
Primeros bastoncillos
El bacilo de la tuberculosis no fue el primer bastoncillo que descubrió Koch. Después de muchos años de ejercer la medicina, su primera esposa Emma Frantz le regaló un microscopio que —dice Sánchez, técnica académica del Instituto de Fisiología Celular y profesora de la UNAM — a Koch le abrió un nuevo mundo, invisible para los ojos.
En un pequeño laboratorio, de inicio improvisado, anexo a su consultorio, descubrió que unos pequeños bastoncillos que aparecían en la sangre negra de ovejas muertas por carbunco (hoy ántrax) estaban ausentes en animales sanos.
Ya con camino andado en el aislamiento de bacterias (esa fue una de sus grandes aportaciones), Koch abrió un cadáver. Era de un obrero sano que inexplicablemente había muerto tres semanas después de haber empezado a toser y tener dolor en el pecho. Cuando vio unas protuberancias en los pulmones, “tuvo una corazonada”. Supuso que la causa había sido un microorganismo.
Para identificarlo, en una muestra de tejido, después de probar su arsenal de colorantes, observó en el microscopio teñidos de azul, unos bastoncillos. Luego corroboró que al inocularlos en conejos producían también tuberculosis y después de varios experimentos que corroboraron su hipótesis, reportó sus hallazgos en la reunión mensual de la Sociedad Fisiológica de Berlín el 24 de marzo de 1882. Llevó su microscopio, laminillas coloreadas, cultivos y demás parafernalia para convencer a sus colegas.
Una micobacteria patógena
El 10 de abril de 1882, Koch publicó el artículo “La etiología de la tuberculosis” (Die Ätiologie der Tuberkulose) en la prestigiosa revista Berliner Klinische Wochenschrift, con lo que se divulgó el descubrimiento en el resto de Europa y los Estados Unidos.
Dos años más tarde en una nueva publicación, Koch denomina Bacterium tuberculosis al bacilo y en 1896 es sustituido por el de Mycobacterium tuberculosis, por poseer algunas características de los cultivos que asemejan a los de los hongos.
En un principio, explica la técnica académica del IFC, el prefijo myk se aplicó a bacterias porque algunas se parecen a los hongos, como los actinomicetos. Hay bacterias aerobias que desarrollan una especie de micelio; y algunas son patógenas como las que causan la tuberculosis o la lepra.
Por su forma alargada, en forma de bastón o filamento, Mycobacterium tuberculosis es un bacilo, aunque hay bacterias con otras formas: cocos (esféricas) y espirilos (curvos y en espiral), los más comunes, entre otros.
Contagio vía aérea
La tuberculosis es una enfermedad infecciosa prevenible y curable. Generalmente afecta a los pulmones, aunque también a otras partes del cuerpo, como el cerebro, los riñones o la columna vertebral.
Su sintomatología general incluye cansancio, pérdida de peso, fiebre y sudoración nocturna. Síntomas de tuberculosis pulmonar activa son, además, dificultades para respirar, dolor torácico y expectoraciones aéreas sanguinolentas.
A Mycobacterieum tuberculosis sólo lo transmiten las personas que padecen tuberculosis pulmonar. Se adquiere por inhalación de aerosoles y polvo. La transmisión aérea es eficiente porque al toser, los infectados expelen una enorme cantidad de micobacterias en el ambiente y porque éstas, al poseer una cubierta “cerosa” (alta en lípidos), sobreviven a la sequedad por largos períodos en el aire y en el polvo.
Ocho millones de infectados al año
La tuberculosis fue durante siglos un problema de salud. En el siglo XIX causaba la muerte de una de cada siete personas en el mundo.
Todavía es una de las 10 principales causas de muerte en adultos en el mundo. Según datos de la OMS, cada año 8 millones de personas desarrollan tuberculosis activa (en 2018 enfermaron 10 millones) y cerca de dos millones mueren a nivel mundial.
La prevalencia y gravedad de la infección es más importante en pacientes coinfectados con el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Existen cepas de M. tuberculosis multirresistentes a los antibióticos (TB_MDR) que normalmente se administran durante la enfermedad y ello —subraya la doctora Sánchez— significa “una crisis de salud pública y una amenaza a la seguridad sanitaria”.
La forma multirresistente se puede tratar y curar con medicamentos de segunda línea. Sin embargo, los pacientes requieren quimioterapia de larga duración (hasta dos años de tratamiento), con fármacos caros y tóxicos. Ahora, con el surgimiento de cepas ultrarresistentes (TB-XDR), los pacientes no tienen ya muchas opciones de tratamiento, lo que es realmente una preocupación importante para la comunidad médica mundial.
Latente y asintomática
Una cuarta parte de la población mundial tiene tuberculosis latente y asintomática. Son personas infectadas pero que aún no han enfermado ni pueden transmitir la infección.
Las personas infectadas con el bacilo tuberculoso tienen un riesgo de enfermar de tuberculosis a lo largo de la vida de un 5-15%. Sin embargo, entre el 5 y el 10 por ciento que no recibe tratamiento, puede desarrollar tuberculosis activa que infectará a entre 10 y 15 personas al año.
Las personas inmunodeprimidas, por ejemplo, las que padecen SIDA, desnutrición o diabetes, y los consumidores de tabaco corren un riesgo muy superior de enfermar.
La tuberculina
Koch intentó hacer una vacuna. Con ese fin preparó la tuberculina, un extracto del bacilo de tuberculosis, pero resultó muy virulenta. La tuberculina era una solución cruda de los bacilos tuberculosos presentes en el sobrenadante de un medio de cultivo, muertos por calor. Propuesta por Koch como tratamiento para la tuberculosis, no resultó exitosa. E incluso tuvo efectos secundarios frecuentemente graves.
Presiones políticas, y motivos económicos y personales, llevaron a Koch a anunciar prematuramente al mundo que había descubierto una cura para la tuberculosis. Sin embargo, Koch persistiría en sus experimentos con tuberculina por el resto de su vida.
Hoy —señala la también profesora del Posgrado en Ciencias Bioquímicas— la tuberculina es un derivado proteico purificado de M. tuberculosis que se usa como diagnóstico. Al inyectarla intradérmicamente, ocasiona una reacción de enrojecimiento e inflamación a las 48-72 horas en caso de que el paciente haya sido infectado por la bacteria.
La vacuna BGC
La inmunización con la vacuna BCG (bacilo de Calmette y Guérin atenuado), se ha usado de manera efectiva en lugares donde la tuberculosis es prevalente.
Durante 13 años, Calmette y Guérin realizaron cultivos y subcultivos de Mycobacterium bovis (que comparte antígenos con M. tuberculosis) hasta obtener finalmente cepas atenuadas no infectivas.
La inmunización con la vacuna BCG no previene la infección, pero “permite al cuerpo reaccionar rápidamente para limitar la proliferación de los microorganismos”.
El rango de eficacia de la vacuna BGC es muy variable y depende de la preparación, el método de inoculación o las características de la población.
Este rango va desde 0 a 80% (según cifras de la OMS), por lo que varios países (EU, por ejemplo), con baja prevalencia de la enfermedad, han decidido no aplicarla. Ahí la inmunización ha sido sustituida con profilaxis con fármacos en personas con actividades o factores de riesgo.
En general, la vacuna es segura, pero pueden presentarse efectos adversos como inflamación de los ganglios linfáticos. Es más efectiva contra las formas meníngea y diseminada de la enfermedad en niños y no así en la pulmonar en adultos.
Aportaciones de gran valía
El hallazgo del bacilo de la tuberculosis fue para Koch el inicio de una fructífera vida de investigación en la microbiología, cuyas aportaciones tienen todavía una gran valía.
Descubrió, además, el bacilo del ántrax y el bacilo del cólera. Desarrolló, por ejemplo, la técnica el aislamiento y el cultivo bacteriano (junto a su colaboradora Angelina Fanny Hesse, con quien introdujo el uso del agar en los medios de cultivo para solidificarlos), así como varios métodos de esterilización, con agentes físicos y químicos, promoviendo el uso del calor para el instrumental quirúrgico.
Muchos de sus discípulos fueron grandes descubridores de microorganismos causantes de “tremendas enfermedades”. Por ejemplo: Gaffky y Eberth descubrieron el bacilo de la tifoidea; Klebs-Löeffler, el bacilo de la difteria; Pfeiffer, el Bacillus influenzae (hoy llamado Haemophilus influenzae); Welch, el bacilo de la gangrena (Clostridium perfringens); Nikolaier y Kitasato, el bacilo tetánico (C. tetani) y Julius Richard Petri inventó las placas de Petri, que aún se usan en los laboratorios.
Koch nace el 11 de diciembre de 1843 y muere el 27 de mayo de 1910, año en que se inaugura la Universidad Nacional y uno de sus discípulos, Emil Adolf von Behring, primer Premio Nobel de Fisiología y Medicina (1901), recibe uno de los doctorados Honoris Causa que otorgó ese año la Máxima Casa de Estudios de México.
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