Una enfermera australiana, Bronnie Ware, se dedicó durante muchos años a los cuidados paliativos de pacientes en sus últimas 12 semanas de vida y se dio a la tarea de preguntarles cuáles eran las cosas de las que más se arrepentían en la recta final. Entre los hombres, una de las respuestas más frecuentes fue desear haber trabajado menos.
Ware concentró los testimonios en un libro: Top 5 regrets of the dying (Balboa Press, 2011). La claridad de quienes van a morir podría ayudarnos para volver a pensar en nuestras prioridades y para matizar las angustias que se comen el tiempo y la mente:
“Quisiera haber tenido la valentía para vivir conforme a lo que yo quería y no la vida que otros esperaban que viviera”.
Al final de la vida la gente se da cuenta de todos los sueños sin cumplir como consecuencia de tomar o evitar algunas decisiones. La pérdida de la salud que llega con la vejez les hace ver con claridad que, mientras la tuvieron, eran libres de hacer casi cualquier cosa que soñaban.
“Ojalá no hubiera trabajado tanto”.
Todos los pacientes hombres dijeron algo similar. Se perdieron la infancia de sus hijos y la compañía de sus parejas. Las mujeres también hablaron, pero en menor medida, de este arrepentimiento por ser de una generación más vieja cuyo trabajo principal no era ser proveedoras. Todos los hombres estaban arrepentidos de haber invertido tanto tiempo trabajando.
“Ojalá hubiera tenido la valentía de expresar mis sentimientos”.
Muchos reprimieron sus sentimientos para conservar la paz con los demás. Se conformaron con una existencia mediocre y nunca se convirtieron en quienes era capaces de ser. Mucha amargura y resentimiento dominó la vida de quienes no se atrevieron a decir lo que sentían.
“Ojalá hubiera conservado la comunicación con mis amigos”.
Muchos de los moribundos no se dieron cuenta de las bondades de tener viejos amigos hasta las últimas semanas de vida, en las que no siempre fue posible localizarlos. Muchos se habían dejado atrapar y consumir en sus propias vidas y dejaron desvanecer amistades preciosas. Muchos se arrepentían de no haber dedicado a la amistad el tiempo que se merecía. Todos extrañaban a sus amigos ahora que estaban muriendo.
“Ojalá me hubiera permitido ser más feliz”
Con la muerte cerca, muchísimos se dieron cuenta de que la felicidad es una elección y que se habían quedado atorados en viejos hábitos y patrones que llamaron la comodidad de lo familiar, que los despojó de su capacidad de sentir. El miedo al cambio hizo que muchos simularan ser quienes no eran frente a otros y frente a si mismos. Aparentaron estar contentos cuando por dentro añoraban reirse escandalosamente y tener una vida más ligera.
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