Hace exactamente 51 años, el 2 de febrero de 1971, se celebró en la ciudad iraní de Ramsar, a orillas del lago más grande del mundo, el mar Caspio, la Convención sobre los Humedales de Importancia Internacional (Unesco, 1971), y desde 1997, en la misma fecha, se conmemora el Día Mundial de los Humedales.
Un humedal es un tipo de ecosistema terrestre que, ya sea de forma permanente o intermitente según la época del año, se presenta inundado parcial o totalmente por agua. Entre ellos, por tanto, podemos incluir los pantanos, las turberas, las ciénagas, los ríos, los lagos y las lagunas, pero también las marismas de agua salobre o salada, las albuferas, las playas, los arrecifes de coral, los manglares y otras zonas litorales marinas de baja profundidad. Por supuesto, también se consideran como humedales aquellos ecosistemas artificiales íntimamente ligados al agua como los estanques, las salinas o los embalses.
La naturaleza propia de estos ambientes, con un aspecto híbrido entre el ecosistema típicamente terrestre y el acuático hace que tipo de entornos tengan una serie de características particulares, distintas de las que encontramos en cualquier otro ecosistema. Dentro de los humedales, además, puede haber una gran variedad de ecosistemas distintos. En la masa de agua de un lago, por ejemplo, tendríamos tres zonas: las aguas litorales, que es la más cercana a la costa; la zona fótica, que es la parte superficial de agua abierta a la que llega bien la luz solar, y la zona de aguas profundas, donde la luz solar está atenuada.
Además, tenemos también varias zonas en lo que se refiere al suelo, o zona bentónica; la zona bentónica litoral, que se corresponde con la zona de aguas del mismo nombre; el talud, que suele tener una pendiente más o menos acentuada y funciona como transición entre una zona y la siguiente, y la zona bentónica profunda, que se corresponde con el fondo del lago. Y no debemos olvidar la denominada zona epilitoral, que es la orilla terrestre donde la influencia del lago es solo subterránea. Cada parte del lago —o de cualquier otro humedal— está conectada con el resto de partes, pero en cada caso, suceden relaciones ecológicas que son específicas.
Todo ello convierte a los humedales en lugares con una alta importancia ecológica, y no únicamente por su papel en la regulación del ciclo del agua, y en algunos casos, como el de las turberas, por retener grandes cantidades de carbono. Además, y especialmente, por ser muy ricos y diversos en especies, y uno de los tipos de ecosistema más productivos. A tal punto, algunos científicos hablan de los humedales como de supermercados biológicos, por su papel a la hora de soportar complejas relaciones ecológicas y su riqueza. Los restos de plantas que caen al agua forman al degradarse pequeñas partículas de materia orgánica llamadas detritos. Al descomponerse, nutre a algas y plantas acuáticas y alimentan a pequeños peces, insectos acuáticos y otros invertebrados, que encuentran en la vegetación del fondo, refugio y protección. Estos animales a su vez son alimento para peces mayores, reptiles, anfibios, e incluso aves y mamíferos.
El equilibrio de un humedal depende de que se mantengan esas relaciones ecológicas, pero también de los factores climáticos como la lluvia. Este tipo de ecosistemas son muy sensibles a los cambios; un aporte masivo de materia orgánica en descomposición puede producir un efecto de acumulación, denominado eutrofización, que enturbie las aguas e impida desarrollarse a las plantas y algas del fondo, desestabilizando el ecosistema. Una fuerte sequía, u otros eventos extremos potenciados por el cambio climático, pueden causar daños graves a estos hábitats, o incluso hacerlos desaparecer. Esta alta sensibilidad se suma además al hecho de que una gran cantidad de especies amenazadas dependen de forma directa o indirecta de los humedales. Sin una adecuada protección de este tipo de hábitats, muchas de las especies en peligro de extinción podrían desaparecer.
Pero no todos los efectos son ecológicos. Se estima que los humedales están entre los ecosistemas que más valor económico proporcionan. Entre las consecuencias de una mala conservación de los humedales se encuentran, por tanto, graves impactos socioeconómicos. Entre ellos destacan la reducción en el acceso al agua dulce para las personas, escasez de alimentos y de energía, inundaciones que pueden causar daños irreparables, y una pérdida de nuestra capacidad de resiliencia al cambio climático.
Entre los impactos que dañan los humedales, especialmente los de interior, se incluyen la pesca, la agricultura, la ganadería y las explotaciones de tipo forestal, pero también las explotaciones petrolíferas, la urbanización, la extracción indebida de agua en forma de pozos ilegales y los vertidos de tipo industrial. La protección de facto de estos hábitats (y no solo de iure) debería limitar o eliminar estas actividades, tanto en el propio humedal como en su entorno. Porque ¿de qué sirve hacer una convención sobre los humedales y su importancia, si luego no nos esforzamos lo suficiente por preservarlos?
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