La flor de cempasúchil es la flor de una planta conocida como tagete, clavel chino o clavelón de la India. En México, se la llama flor de los muertos o cempaxóchitl. Su nombre científico es Tagetes erecta. La palabra “cempasúchil”, como tal, proviene del náhuatl y significa ‘veinte flor’ o ‘flor de veinte pétalos’.
La flor de cempasúchil es una flor con un gran valor simbólico en México, especialmente en la celebración del Día de Muertos. Además de esto, la flor es también utilizada en el mundo de la jardinería por sus virtudes ornamentales. Debido a su popularidad y singularidad, también se realizan manualidades de papiroflexia reproduciendo esta flor en papel.
Características de la flor de cempasúchilLa flor de cempasúchil es una especie autóctona de México y de América Central. La planta de la cual brota puede llegar a alcanzar más de un metro de altura. Se reproduce por semillas, y su época de floración es durante el verano y el otoño nórdico. Su flor es muy aromática y su color oscila entre el amarillo y el naranja.
Para qué sirve la flor de cempasúchil
La flor de cempasúchil es utilizada en algunos estados mexicanos como medicina tradicional, principalmente como remedio para enfermedades digestivas. También se utiliza en algunos lugares para combatir enfermedades respiratorias y oculares.
Varios estudios científicos confirman algunas propiedades medicinales de la flor de cempasúchil: es antibacteriana, antifúngica y antioxidante.
Otros usos de la flor de cempasúchilSe utiliza de un modo creciente como colorante natural en piensos destinados al consumo avícola. Las características propias de esta flor aumentan la coloración amarilla de la piel de los pollos y de la yema de los huevos. También se utiliza como ingrediente para la elaboración de sopas e infusiones. Asimismo, es también empleada para la elaboración de insecticidas.
Cultivo y cuidados de la flor de cempasúchilEsta planta está adaptada a diversos climas y suelos, preferentemente climas con temperaturas suaves y sin fuertes heladas. El cultivo puede comenzar a partir de mayo aunque en los invernaderos puede cultivarse durante todo el año. La flor de cempasúchil necesita recibir luz solar y un riego regular, aunque también resiste periodos de sequía.
Significado de la flor de cempasúchil en Día de MuertosEn México, la flor de cempasúchil se utiliza como decoración y ofrenda ritual en el Día de Muertos. Es habitual utilizar los pétalos para marcar en el suelo el camino que deben seguir las almas de los difuntos hacia los altares domésticos levantados en su honor. Esto se debe a que tradicionalmente se decía que sus pétalos guardaban el calor del sol e iluminaban el camino de regreso a los difuntos. Los pétalos también se emplean para formar collares que simbolizan la bienaventuranza.
Bienvenidos al blog de ciencia para pasar el rato, siempre será mejor que ver la tele.
martes, 30 de octubre de 2018
martes, 23 de octubre de 2018
La solución de los telomeros
En 1970 se estableció el concepto de reloj biológico, afirmando que el envejecimiento es un mecanismo programado, de tal manera que las células tendrían un tiempo máximo de supervivencia codificado en el ADN, así como un número de mitosis predeterminadas dependiendo de la extirpe celular a la que pertenezcan. Las únicas células que no tendrían esta característica serían las células cancerosas y germinales.
En ambos extremos de cada cromosoma se encuentra la estructura denominada telómero, es la parte terminal de la secuencia de ADN de los cromosomas, este telómero no codifica información genética, sino que determina la capacidad de división celular. En cada división celular una enzima denominada telomerasa, replica los telómeros, pero no lo hace completamente, de tal manera que en cada división celular el telómero se va acortando, con lo que después de 40 ó 50 divisiones la célula ya no puede dividirse y muere.
Este telómero podría explicar el concepto de muerte programada, de tal manera que cada vez que una célula se divide, pierde una porción de telómero, el cual a su vez genera sutiles cambios en la expresión proteica del resto del cromosoma, de tal manera que cada nueva célula nace “un poco mas vieja” que su progenitora asimismo tiene en reserva menos capacidad de volver a reproducirse.
La hipótesis más aceptada de por qué envejecemos es la acumulación de daño en nuestro material genético (DNA), que se produciría asociado al proceso mismo de la vida. Sin embargo, la naturaleza del daño causante de envejecimiento es aún motivo de intenso debate científico. Trabajos recientes con ratones modificados genéticamente sugieren que los “radicales libres”, popular teoría de envejecimiento, no parecen ser los causantes del envejecimiento del organismo.
Las células, al irse dividiendo para dar lugar a nuevas células, van transmitiendo un DNA dañado e incompleto debido a la pérdida progresiva de unas estructuras protectoras del DNA denominadas telómeros. Cuando los telómeros se acortan por debajo de una longitud mínima, las células interrumpen su ciclo celular y dejan de regenerar los tejidos, produciéndose así el envejecimiento de las células y consecuentemente el envejecimiento de todo el organismo.
Esta idea, tiene un amplio apoyo experimental con ratones modificados genéticamente para la telomerasa, el enzima que sintetiza los telómeros, asi como con enfermedades humanas de envejecimiento prematuro debidas a un acortamiento acelerado de los telómeros.
En el reciente estudio liderado por Maria A. Blasco en el CNIO, y al que han contribuido principalmente Stefan Schoeftner y Raquel Blanco, el daño producido telómeros cortos produce cambios globales en la expresión de los genes consistentes con la activación de una respuesta a “estrés celular” que implica a las vias de AKT y mTOR, que coincide con la disminución de la capacidad de división de las células, así como su capacidad para reparar el daño en el DNA.
Sorprendentemente, los telómeros cortos también interfieren con importantes procesos epigéneticos tales como la inactivación del cromosoma X en las hembras, que además deja de ocupar la misma posición nuclear que los RNAs teloméricos o TERRAs. Defectos en la inactivación del X tendrían consecuencias fatales para la viabilidad de las células.
Según Blasco: “Este descubrimiento sugiere que el progresivo acortamiento de los telómeros y la acumulación de telómeros disfuncionales constituyen la principal fuente de daño, que es suficiente para provocar el envejecimiento de organismo”.
Cuanto más largos son los telómeros, más puede multiplicarse una célula (incluidas las células madre que regeneran los tejidos) y por lo tanto el organismo se mantiene joven durante más tiempo. La relación entre telómeros y envejecimiento se conoce desde 1990 gracias a las investigaciones de Carol Greider y Calvin Harley. Existe además una enzima que contribuye a este proceso, alargando los telómeros: la telomerasa. Por su descubrimiento han recibido este año el Premio Nobel de Medicina Elisabeth H. Blackburn, Carol W. Greider, y Jack W. Szostak.
El equipo de Maria A. Blasco demostró el año pasado (en noviembre, en la revista Cell) que la relación entre telómeros y envejecimiento también funcionaba en mamíferos. Ratones tratados con telomerasa envejecen más tarde y viven hasta un 40% más. Pero hasta ahora se desconocía el mecanismo interno exacto que producía que una célula con telómeros cortos envejeciera antes que las demás.
En ambos extremos de cada cromosoma se encuentra la estructura denominada telómero, es la parte terminal de la secuencia de ADN de los cromosomas, este telómero no codifica información genética, sino que determina la capacidad de división celular. En cada división celular una enzima denominada telomerasa, replica los telómeros, pero no lo hace completamente, de tal manera que en cada división celular el telómero se va acortando, con lo que después de 40 ó 50 divisiones la célula ya no puede dividirse y muere.
Este telómero podría explicar el concepto de muerte programada, de tal manera que cada vez que una célula se divide, pierde una porción de telómero, el cual a su vez genera sutiles cambios en la expresión proteica del resto del cromosoma, de tal manera que cada nueva célula nace “un poco mas vieja” que su progenitora asimismo tiene en reserva menos capacidad de volver a reproducirse.
Las células, al irse dividiendo para dar lugar a nuevas células, van transmitiendo un DNA dañado e incompleto debido a la pérdida progresiva de unas estructuras protectoras del DNA denominadas telómeros. Cuando los telómeros se acortan por debajo de una longitud mínima, las células interrumpen su ciclo celular y dejan de regenerar los tejidos, produciéndose así el envejecimiento de las células y consecuentemente el envejecimiento de todo el organismo.
Esta idea, tiene un amplio apoyo experimental con ratones modificados genéticamente para la telomerasa, el enzima que sintetiza los telómeros, asi como con enfermedades humanas de envejecimiento prematuro debidas a un acortamiento acelerado de los telómeros.
En el reciente estudio liderado por Maria A. Blasco en el CNIO, y al que han contribuido principalmente Stefan Schoeftner y Raquel Blanco, el daño producido telómeros cortos produce cambios globales en la expresión de los genes consistentes con la activación de una respuesta a “estrés celular” que implica a las vias de AKT y mTOR, que coincide con la disminución de la capacidad de división de las células, así como su capacidad para reparar el daño en el DNA.
Sorprendentemente, los telómeros cortos también interfieren con importantes procesos epigéneticos tales como la inactivación del cromosoma X en las hembras, que además deja de ocupar la misma posición nuclear que los RNAs teloméricos o TERRAs. Defectos en la inactivación del X tendrían consecuencias fatales para la viabilidad de las células.
Según Blasco: “Este descubrimiento sugiere que el progresivo acortamiento de los telómeros y la acumulación de telómeros disfuncionales constituyen la principal fuente de daño, que es suficiente para provocar el envejecimiento de organismo”.
Cuanto más largos son los telómeros, más puede multiplicarse una célula (incluidas las células madre que regeneran los tejidos) y por lo tanto el organismo se mantiene joven durante más tiempo. La relación entre telómeros y envejecimiento se conoce desde 1990 gracias a las investigaciones de Carol Greider y Calvin Harley. Existe además una enzima que contribuye a este proceso, alargando los telómeros: la telomerasa. Por su descubrimiento han recibido este año el Premio Nobel de Medicina Elisabeth H. Blackburn, Carol W. Greider, y Jack W. Szostak.
El equipo de Maria A. Blasco demostró el año pasado (en noviembre, en la revista Cell) que la relación entre telómeros y envejecimiento también funcionaba en mamíferos. Ratones tratados con telomerasa envejecen más tarde y viven hasta un 40% más. Pero hasta ahora se desconocía el mecanismo interno exacto que producía que una célula con telómeros cortos envejeciera antes que las demás.
lunes, 22 de octubre de 2018
Sepsis
Según un estudio, publicado en Scientific Reports, las infecciones en humanos podrían curarse de la misma manera en que se han logrado curar en ratones: sin usar antibióticos.
En lugar de matar las bacterias causantes con antibióticos, los investigadores trataron ratones infectados con moléculas que bloquean la formación de toxinas en las bacterias.
El tratamiento de ratones con las moléculas terapéuticas curó eficazmente las infecciones causadas por Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (SARM). S. aureus es conocido por su capacidad para superar incluso los antibióticos más potentes. Su arsenal de resistencia es amplio, limitando las opciones terapéuticas para tratar infecciones.
Las moléculas pequeñas fueron tan efectivas para promover la supervivencia como los antibióticos que se usan actualmente para tratar las infecciones por S. aureus. Las moléculas también parecen dar un impulso a los antibióticos.
Los ratones sépticos tratados con una combinación de moléculas pequeñas y antibióticos tenían diez veces menos bacterias en el torrente sanguíneo que los ratones tratados con antibióticos solos.
"Para los pacientes relativamente sanos, como los atletas que sufren una infección por SARM, estas moléculas pueden ser suficientes para eliminar una infección ", señaló Menachem Shoham, profesor asociado de bioquímica en la Escuela de Medicina de la Universidad Case Western Reserve y autor principal del estudio:
Para pacientes inmunocomprometidos, la terapia de combinación con las moléculas y un antibiótico de dosis baja puede ser suficiente. Con el apoyo de las moléculas pequeñas, los antibióticos previamente obsoletos podrían volver a ingresar a la clínica.
Los antibióticos matan a la mayoría de las bacterias, pero sobrevive una pequeña cantidad de bacterias con resistencia natural. Con el tiempo, las bacterias resistentes a los antibióticos se multiplican y se propagan.
Para algunas infecciones, los antibióticos eficaces ya no están disponibles. Desarmar las bacterias de las toxinas causantes de enfermedades representa una alternativa prometedora a la disminución de los antibióticos.
En lugar de matar las bacterias causantes con antibióticos, los investigadores trataron ratones infectados con moléculas que bloquean la formación de toxinas en las bacterias.
El tratamiento de ratones con las moléculas terapéuticas curó eficazmente las infecciones causadas por Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (SARM). S. aureus es conocido por su capacidad para superar incluso los antibióticos más potentes. Su arsenal de resistencia es amplio, limitando las opciones terapéuticas para tratar infecciones.
Las moléculas pequeñas fueron tan efectivas para promover la supervivencia como los antibióticos que se usan actualmente para tratar las infecciones por S. aureus. Las moléculas también parecen dar un impulso a los antibióticos.
Los ratones sépticos tratados con una combinación de moléculas pequeñas y antibióticos tenían diez veces menos bacterias en el torrente sanguíneo que los ratones tratados con antibióticos solos.
"Para los pacientes relativamente sanos, como los atletas que sufren una infección por SARM, estas moléculas pueden ser suficientes para eliminar una infección ", señaló Menachem Shoham, profesor asociado de bioquímica en la Escuela de Medicina de la Universidad Case Western Reserve y autor principal del estudio:
Para pacientes inmunocomprometidos, la terapia de combinación con las moléculas y un antibiótico de dosis baja puede ser suficiente. Con el apoyo de las moléculas pequeñas, los antibióticos previamente obsoletos podrían volver a ingresar a la clínica.
Los antibióticos matan a la mayoría de las bacterias, pero sobrevive una pequeña cantidad de bacterias con resistencia natural. Con el tiempo, las bacterias resistentes a los antibióticos se multiplican y se propagan.
Para algunas infecciones, los antibióticos eficaces ya no están disponibles. Desarmar las bacterias de las toxinas causantes de enfermedades representa una alternativa prometedora a la disminución de los antibióticos.
lunes, 1 de octubre de 2018
La reina de las cactaceas
Cuatro días antes de cumplir 100 años de edad murió el miércoles 26 la doctora Helia Bravo Hollis. Su biografía es la historia de la inclusión de las mujeres en la investigación científica y del lento y productivo desarrollo de la vocación académica.
Nació y creció en Mixcoac, en un paisaje que sus padres le enseñaron a admirar. Su padre, Samuel Bravo, le dio con su vida otra enseñanza: por la fidelidad a sus convicciones maderistas fue fusilado en el cerro del Tepeyac, durante la decena trágica.
Desde niña sobresalió por su ahínco. En la preparatoria contó, con Ana María Reyna, entre las alumnas predilectas de don Isaac Ochoterena, quien le inoculó el virus de la curiosidad científica: al mismo tiempo que concluía el bachillerato era ya experta en protozoarios. Apenas adolescente, presentaba sus trabajos en la sociedad Antonio Alzate y los publicaba en la Revista Mexicana de Biología. Esas tareas motivaron su primer viaje al extranjero: curso de verano en el laboratorio de biología marina en Pomona College, de California.
Fue la primera bióloga mexicana. No existía aún la carrera, y la formación se hacía de modo combinado en la Escuela Nacional de Medicina y en la de Altos Estudios. Helia Bravo se convirtió entonces en maestra en escuelas secundarias.
El año de 1929 no sólo llevó la autonomía a la Universidad Nacional, sino también una nueva y delicada misión. El gobierno le confió importantes porciones del patrimonio cultural de la nación, como la Biblioteca Nacional, que sólo los ignorantes pueden, por lo tanto, pretender que apenas se erija y aplaudir su construcción. En ese trance se incorporaron a la UNAM las colecciones biológicas nacionales, formadas desde el siglo XIX. A partir de ellas se integró el Instituto de Biología a la Universidad, cuyo primer director fue el sabio Ochoterena (que más tarde sería uno de los fundadores del Colegio Nacional).
El viejo maestro atrajo a sus alumnos favoritos a la nueva tarea. Helia Bravo recibió la encomienda de formar el herbario. Pasaba los días entre zonas lacustres: de Chapultepec a Xochimilco. La Casa del Lago, sede hoy de acontecimientos artísticos, era el domicilio del Instituto. Y entre trajineras y chinampas estudiaba la joven bióloga los chichicastles. Pero pronto le fue asignada la nueva comarca de estudio, las cactáceas, de cuyo dominio se convertiría en la reina.
Después de cinco años de investigación apareció, en 1973, Las cactáceas de México. Resultó de su laboriosidad fructuosa: “Adquirí toda la literatura… (el Brittonn y Rose fue desde entonces mi biblia); visité el Smithsonian Institute, hice excursiones por toda la República para colectar material de estudio y tomar fotografías”, recordó su autora en el invierno de su vida.
Recordó también, no sin lamentarlo, que la segunda edición en realidad una nueva obra por la actualización necesaria por casi tres décadas transcurridas desde la primera, demoró años en ser lanzada a circular. El resultado de la tarea fue un libro embarnecido, en tres tomos, preparados con el auxilio de Hernando Sánchez Mejorada, cuyos apellidos remiten a una prestigiada familia pachuqueña, y que acompañó a Helia Bravo en varias empresas profesionales: “la fundación de la Sociedad Mexicana de Cactología, la creación del Jardín Botánico de la Universidad y una investigación sobre las cactáceas en Mesoamérica. La indagación fue encargada por el doctor Peter Raven, del jardín botánico de Saint Louis Missouri. Los autores no vivieron para verla publicada en la colección Flora Mesoamericana, pues Sánchez Mejorada había fallecido años antes que la doctora Bravo.
Sólo una compensación tuvieron los afanes editoriales de la investigadora. El Fondo de Cultura Económica le encargó, junto con su colega brasileña radicada en México Lea Shennivar, la preparación de un texto de divulgación, parte de la colección La ciencia desde México, que apareció en 1995 bajo el título El interesante mundo de las cactáceas, del que está por aparecer una tercera edición.
Para entonces, la doctora Bravo se había jubilado: “Me retiran de trabajar en el Instituto de Biología a los 90 años, impedida por una dolorosa artritis que me impide caminar”, deploró. Ya había recibido el doctorado honoris causa, en 1985, y el emeritazgo cuatro años después. Se coronaba de ese modo una vida plena, que Óscar González López había resumido y festejado así todavía el sábado 22 de septiembre, cuando se esperaban los homenajes que la Universidad rendiría a la ahora desaparecida:
“Recorre de palmo a palmo la Mixteca poblana, sus veredas resecas, sus montes pelones salpicados de cactos de figuras fantásticas, penetras en los yacimientos fósiles de plantas. Descubre el esplendor cactáceo de la zona Tehuacán-Cuicatlán, los abundantes ejemplares de candelabros y tetechos, compañeros milenarios del teocintle, raíz mágica de la cultura de El Riego, primera zona cultivadora de maíz en Mesoamérica.”
Así mismo, continúa González en lo que sin quererlo se convirtió en el epitafio de Helia Bravo, “incursiona en barrancas, cañones y desfiladeros de nuestras sierras, en sus cuevas y crestas, en busca de nuevas especies de cactáceas. Conoce decenas de pueblos mineros abandonados en las regiones áridas del altiplano central. Han visto su paso explorador Apozol, en Zacatecas y los cardones peliblancos de Molango, en Hidalgo”.
El conocimiento científico creció con sus andanzas. Varias especies identificadas por ella llevan su nombre. Es justo canje, su dedicación a estas plantas propias del paisaje desértico y pobre afinó su espíritu, le imprimió modestia contrastante con la trascendencia de su obra. Dijo de sí misma en marzo pasado:
“Hice mi trabajo con sentido de responsabilidad ante la UNAM, con amor, con pasión, con coraje. No fue un trabajo a sueldo, fue una grata investigación. A pesar de todo, creo que mi trabajo dejó mucho que desear, pues el conocimiento de las cactáceas no está acabado, siempre se está haciendo.”
Donde ahora se halle verá una vez más, como lo vio Amado Nervo, que “los órganos parecen/candelabros que se mesen/con la brisa matinal”.
Nació y creció en Mixcoac, en un paisaje que sus padres le enseñaron a admirar. Su padre, Samuel Bravo, le dio con su vida otra enseñanza: por la fidelidad a sus convicciones maderistas fue fusilado en el cerro del Tepeyac, durante la decena trágica.
Desde niña sobresalió por su ahínco. En la preparatoria contó, con Ana María Reyna, entre las alumnas predilectas de don Isaac Ochoterena, quien le inoculó el virus de la curiosidad científica: al mismo tiempo que concluía el bachillerato era ya experta en protozoarios. Apenas adolescente, presentaba sus trabajos en la sociedad Antonio Alzate y los publicaba en la Revista Mexicana de Biología. Esas tareas motivaron su primer viaje al extranjero: curso de verano en el laboratorio de biología marina en Pomona College, de California.
Fue la primera bióloga mexicana. No existía aún la carrera, y la formación se hacía de modo combinado en la Escuela Nacional de Medicina y en la de Altos Estudios. Helia Bravo se convirtió entonces en maestra en escuelas secundarias.
El año de 1929 no sólo llevó la autonomía a la Universidad Nacional, sino también una nueva y delicada misión. El gobierno le confió importantes porciones del patrimonio cultural de la nación, como la Biblioteca Nacional, que sólo los ignorantes pueden, por lo tanto, pretender que apenas se erija y aplaudir su construcción. En ese trance se incorporaron a la UNAM las colecciones biológicas nacionales, formadas desde el siglo XIX. A partir de ellas se integró el Instituto de Biología a la Universidad, cuyo primer director fue el sabio Ochoterena (que más tarde sería uno de los fundadores del Colegio Nacional).
El viejo maestro atrajo a sus alumnos favoritos a la nueva tarea. Helia Bravo recibió la encomienda de formar el herbario. Pasaba los días entre zonas lacustres: de Chapultepec a Xochimilco. La Casa del Lago, sede hoy de acontecimientos artísticos, era el domicilio del Instituto. Y entre trajineras y chinampas estudiaba la joven bióloga los chichicastles. Pero pronto le fue asignada la nueva comarca de estudio, las cactáceas, de cuyo dominio se convertiría en la reina.
Después de cinco años de investigación apareció, en 1973, Las cactáceas de México. Resultó de su laboriosidad fructuosa: “Adquirí toda la literatura… (el Brittonn y Rose fue desde entonces mi biblia); visité el Smithsonian Institute, hice excursiones por toda la República para colectar material de estudio y tomar fotografías”, recordó su autora en el invierno de su vida.
Recordó también, no sin lamentarlo, que la segunda edición en realidad una nueva obra por la actualización necesaria por casi tres décadas transcurridas desde la primera, demoró años en ser lanzada a circular. El resultado de la tarea fue un libro embarnecido, en tres tomos, preparados con el auxilio de Hernando Sánchez Mejorada, cuyos apellidos remiten a una prestigiada familia pachuqueña, y que acompañó a Helia Bravo en varias empresas profesionales: “la fundación de la Sociedad Mexicana de Cactología, la creación del Jardín Botánico de la Universidad y una investigación sobre las cactáceas en Mesoamérica. La indagación fue encargada por el doctor Peter Raven, del jardín botánico de Saint Louis Missouri. Los autores no vivieron para verla publicada en la colección Flora Mesoamericana, pues Sánchez Mejorada había fallecido años antes que la doctora Bravo.
Sólo una compensación tuvieron los afanes editoriales de la investigadora. El Fondo de Cultura Económica le encargó, junto con su colega brasileña radicada en México Lea Shennivar, la preparación de un texto de divulgación, parte de la colección La ciencia desde México, que apareció en 1995 bajo el título El interesante mundo de las cactáceas, del que está por aparecer una tercera edición.
Para entonces, la doctora Bravo se había jubilado: “Me retiran de trabajar en el Instituto de Biología a los 90 años, impedida por una dolorosa artritis que me impide caminar”, deploró. Ya había recibido el doctorado honoris causa, en 1985, y el emeritazgo cuatro años después. Se coronaba de ese modo una vida plena, que Óscar González López había resumido y festejado así todavía el sábado 22 de septiembre, cuando se esperaban los homenajes que la Universidad rendiría a la ahora desaparecida:
“Recorre de palmo a palmo la Mixteca poblana, sus veredas resecas, sus montes pelones salpicados de cactos de figuras fantásticas, penetras en los yacimientos fósiles de plantas. Descubre el esplendor cactáceo de la zona Tehuacán-Cuicatlán, los abundantes ejemplares de candelabros y tetechos, compañeros milenarios del teocintle, raíz mágica de la cultura de El Riego, primera zona cultivadora de maíz en Mesoamérica.”
Así mismo, continúa González en lo que sin quererlo se convirtió en el epitafio de Helia Bravo, “incursiona en barrancas, cañones y desfiladeros de nuestras sierras, en sus cuevas y crestas, en busca de nuevas especies de cactáceas. Conoce decenas de pueblos mineros abandonados en las regiones áridas del altiplano central. Han visto su paso explorador Apozol, en Zacatecas y los cardones peliblancos de Molango, en Hidalgo”.
El conocimiento científico creció con sus andanzas. Varias especies identificadas por ella llevan su nombre. Es justo canje, su dedicación a estas plantas propias del paisaje desértico y pobre afinó su espíritu, le imprimió modestia contrastante con la trascendencia de su obra. Dijo de sí misma en marzo pasado:
“Hice mi trabajo con sentido de responsabilidad ante la UNAM, con amor, con pasión, con coraje. No fue un trabajo a sueldo, fue una grata investigación. A pesar de todo, creo que mi trabajo dejó mucho que desear, pues el conocimiento de las cactáceas no está acabado, siempre se está haciendo.”
Donde ahora se halle verá una vez más, como lo vio Amado Nervo, que “los órganos parecen/candelabros que se mesen/con la brisa matinal”.
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