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sábado, 27 de agosto de 2022

Las plantas inteligentes

Durante siglos las hemos considerado como algo no muy diferente de las rocas o los muebles: una parte más del paisaje, o simples elementos decorativos que pisamos y arrancamos a placer, dado que nunca las oímos quejarse. Salvo por su crecimiento más o menos lento o sus ciclos estacionales, las plantas parecen siempre inmóviles e impertérritas, ignorantes de cuanto ocurre a su alrededor. Seres vivos, aunque meramente pasivos.

Pero mientras nosotros apenas les prestamos atención, las plantas están haciendo cosas sorprendentes. Por ejemplo, guiar sus raíces hacia las fuentes de agua escuchando las vibraciones de las tuberías, según revela un estudio publicado en abril de 2017 en la revista Oecologia y dirigido por la ecóloga evolutiva Monica Gagliano, de la Universidad de Australia Occidental.

Según muestran Gagliano y sus colaboradores, las plantas del guisante son capaces de localizar el agua a distancia en ausencia de humedad gracias a esa especie de sentido del oído en versión vegetal. Sólo cuando han localizado por dónde corre el agua, utilizan la propia humedad como pista adicional para llegar a su objetivo con precisión. Pero antes de esto dependen del sonido, hasta tal punto que el ruido de fondo las confunde, e incluso son capaces de distinguir el sonido real de una grabación.
Las plantas del guisante son capaces de localizar el agua a distancia en ausencia de humedad. 

PLANTAS CAPACES DE APRENDER
Lo anterior parecería ciencia ficción, si no fuera porque en realidad es un hito más en la comprensión de las capacidades insólitas de las plantas, que solo se han revelado cuando científicos como Gagliano y otros han empezado a indagar más allá de su aparente pasividad. En otro estudio reciente publicado en Scientific Reports, del grupo Nature, la investigadora revelaba que las plantas son también capaces de aprender al estilo de los perros de Pavlov, que asociaban la comida con la campana hasta que salivaban simplemente oyendo el sonido.

En el experimento de Gagliano, la comida era una fuente de luz, y la campana era una corriente de aire inducida por un ventilador. Cuando a las plantas se les presentaba un laberinto en forma de Y, crecían por el camino iluminado donde también soplaba el aire, pero continuaban después eligiendo la misma opción en ausencia de luz; habían aprendido a asociar la corriente de aire con la luz. Y lo recordaban.

Tratándose de plantas, hablar de conceptos como aprendizaje, memoria, elección o, en último término, cognición, puede resultar chocante. Bien lo saben Gagliano y otros investigadores en este campo, que durante años han sufrido la desconfianza y el escepticismo de muchos de sus colegas. Y si el escepticismo es esencial para los científicos, también lo es permanecer siempre abiertos a un cambio de paradigma cuando las pruebas experimentales así lo aconsejan. Y en este caso, hay suficientes pruebas para aconsejarlo.

VER, OLER Y COMUNICARSE CON OTRAS PLANTAS
Dejando a un lado la terminología, éste es un resumen de las capacidades demostradas en las plantas, según el investigador de la Universidad de Haifa-Oranim (Israel) Simcha Lev-Yadun: con su sistema de pigmentos sensibles a la luz pueden ‘ver’ a sus vecinas gracias a la detección de infrarrojos emitida durante la fotosíntesis; huelen a sus vecinas y a sus enemigos; se comunican con otras plantas, advirtiéndolas de los peligros; deciden en función de los parámetros ambientales; recuerdan condiciones climáticas pasadas y ataques de herbívoros; utilizan a los animales con fines defensivos, para polinizarlas o dispersar sus semillas; despliegan estrategias para evitar agresiones; y naturalmente, también oyen, como ha demostrado Gagliano. Y lo más importante: con todo ello, toman decisiones.
Las plantas pueden oler a sus vecinas y a sus enemigos. 

Lev-Yadun, que recientemente ha publicado el libro Defensive (anti-herbivory) Coloration in Land Plants (Springer, 2016), no tiene dudas sobre cómo llamar a todo esto: “Estoy seguro de que las plantas tienen inteligencia”, dice a OpenMind. “Está claro que hay diferencias entre las plantas y los animales superiores, pero cuando examinamos los animales inferiores, las diferencias son muy pequeñas, y las plantas superiores pueden ser más inteligentes que ciertos animales”, añade.

Algunos de los mecanismos que gobiernan estos procesos aún no son del todo conocidos. Pero Gagliano, que recientemente ha coeditado el libro de próxima publicación The Language of Plants (University of Minnesota Press, 2017), se decanta por la idea de que la evolución ha seguido caminos convergentes en grandes reinos como animales y plantas para llegar a metas similares con herramientas diferentes. “Ambos terminaron ‘inventando’ las mismas soluciones a problemas similares”, resume a OpenMind.

NEUROBIOLOGÍA DE PLANTAS
Pero aunque la necesidad del cambio de paradigma ya parece innegable, la cuestión de la terminología no puede soslayarse. El problema es que aún no disponemos de vocabulario adecuado, dado que tradicionalmente el comportamiento y la cognición se han considerado facultades exclusivas de los seres con neuronas, los animales. Pese a todo, algunos científicos hablan de “neurobiología de plantas”. “Hasta que encontremos un buen término, neurobiología está bien”, dice Lev-Yadun. Por el contrario, Gagliano opina que esta palabra ha sido útil como metáfora, pero que debería abandonarse por “zoocéntrica” y escasamente científica.
Las plantas pueden comunicarse con otras plantas, advirtiéndoles de peligros. 

Sin embargo, en algo coinciden los investigadores de la nueva disciplina de la cognición vegetal, y es en refutar las objeciones de que todas estas capacidades no son más que respuestas moleculares programadas. Para Gagliano, no puede hablarse de comportamiento cuando se trata de acciones obligadas e irreversibles, como las que ocurren durante el desarrollo de los seres vivos; pero sí cuando hay decisiones opcionales que dependen de estímulos. “Términos como ‘cognición’ o ‘aprendizaje’ o incluso ‘inteligencia’ se refieren a aspectos del repertorio de comportamiento”, dice la investigadora.

Las implicaciones de todo ello exceden lo puramente científico, atrayendo también la atención y la reflexión de filósofos, humanistas y expertos en ética: si hoy sabemos que las plantas también pueden sentir, ¿podemos seguir ignorándolo? Como escribía Gagliano en un reciente artículo, “a medida que se acumulan las pruebas experimentales de las capacidades cognitivas de las plantas, el asunto controvertido (o incluso tabú) relativo a su bienestar, valor moral y nuestra responsabilidad ética hacia ellas no puede seguir siendo ignorado”.



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