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sábado, 21 de agosto de 2021

Los ojos, la luz y los colores de la naturaleza

No me podréis negar que el otoño es uno de los momentos más dulces del año. Los paseos por el campo tienen en esta época matices que no podríamos encontrar en ninguna otra estación. En estos días se reúnen en nuestro Mediterráneo un conjunto de circunstancias que los hacen de lo más especiales. Por fin respiramos después de los intensos calores del verano, alguna llovizna nos humedece el camino y bajo los chopos amarillos se acumulan las hojas. Este es también el momento de la maduración de las frutas de la maquia y el bosque. Los arándanos (Prunus spinosa), la zarzamora (Rubus ulmifolium) o los frutos colgantes de la zarzaparrilla (Smilax aspera), que ofrecen su pulpa a cambio de un viaje en el estómago del pájaro que las consuma. Frutos de otoño que se nos presentan a los ojos humanos con tonalidades negruzcas. ¿Pero estamos seguros que son negras?

El ojo humano es muy limitado, solamente reconocemos tres colores básicos que van de la longitud de onda del azul hasta el rojo. Se nos escapan los extremos y de este modo no somos capaces de ver colores en la banda de los ultravioletas. Y sin embargo, numerosas especies de animales sí que pueden aprovechar esta longitud de onda. Las retinas de insectos y otros artrópodos, peces, reptiles, pájaros, e incluso algunos mamíferos, van más allá de nuestro espectro cromático. Muchas de las frutas negruzcas a las que hacíamos referencia reflejan en realidad rayos de longitud de onda correspondientes a la banda del ultravioleta cercano que, sobre el verde dominante, resultan un mensaje llamativo e irresistible: ¡cómeme!

Y esta relación mutualista no es un caso aislado, la recepción de la luz ultravioleta interviene en muchas relaciones inter e intraespecíficas. En una línea parecida es conocido desde hace décadas que muchas flores presentan señales en esta longitud de onda que las hace más detectables para abejas y otros himenópteros o para pájaros polinizadores como los colibríes. Un caso extremo lo encontramos en México, en plantas del género Lisanthria, polinizadas por ciertas especies de colibrí, que presentan coloraciones completamente enlutadas, un suceso muy extraño en la naturaleza.

Pero no todo queda aquí, la propiedad de desvanecerse rápidamente en el medio aéreo hace de los reflejos ultravioletas un medio de lo más adecuado para el emparejamiento de muchas especies de pájaros. Esto es muy importante cuando uno quiere hacerse evidente a las posibles parejas sin convertirse en objetivo de los depredadores; así es como los machos del herrerillo (Parus caeruleus) son vistos por las hembras cercanas en tonos ultravioletas y se hacen un poco más difíciles de detectar por las rapaces. La misma función logra la medalla del pechiazul (Luscinia svecica) y muchos otros plumajes, incluso de pájaros muy poco vistosos al ojo humano como son los córvidos. El uso de este medio de comunicación todavía presenta una ventaja adicional, ya que la reflexión de la luz ultravioleta depende a menudo de la estructura de las plumas, más que de los pigmentos que contiene, así los ejemplares con mejor forma física aparecerán como individuos sanos, con las plumas de color uniforme y muy atractivo.

A pesar de todo, exageramos. Somos los humanos los que no vemos estos reflejos en ultravioleta. De hecho parece muy extendido en linajes muy dispares y eso hace pensar que ha estado presente desde la conquista del medio terrestre por parte de los animales y quizá antes, cuando los precursores de los actuales grupos zoológicos nadaban en un mar somero, en el Silúrico y el Devónico: hace unos cuatrocientos cincuenta millones de años, cuando la atmósfera no retenía los rayos ultravioletas como ahora. Los primeros investigadores que comprobaron la existencia de receptores de esta clase en los ojos de las abejas y pájaros quedaron maravillados, tanto que impregnaron las interpretaciones de esta capacidad con su entusiasmo. La magnificación del uso que los animales hacían de la visión en la banda de los ultravioletas hizo que, hasta hace pocos años, los estudiosos de este aspecto pensaran que tenían una importancia superior a la del resto de longitudes de onda en muchos aspectos de la etología de los animales que la poseían. Ahora comenzamos a saber que cada especie hace de ella un uso diferente y que son muchas las que tienen el ultravioleta como una más de las bandas de su espectro cromático, pero en absoluto la más importante.

Las limitaciones del ojo humano a menudo nos hacen vivir en un mundo diferente al de nuestros compañeros de viaje. Y, a veces, maravillados, exageramos la importancia de algunas cosas que son como son, no como las vemos.

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