Páginas

miércoles, 28 de abril de 2021

Un mundo feliz (La dictadura del placer)

Aldous Huxley. No hay nada que pueda definir mejor a este hombre que la palabra visionario. Junto con Orwell o Bradbury es uno de los padres de la distopía literaria. Escritor y filósofo británico, miembro de una reconocida familia de intelectuales y conocido por sus novelas y ensayos, pero publicó también relatos cortos, poesías, libros de viajes y guiones. Un genio.

Un mundo feliz es un clásico de la literatura del siglo XX, una sombría metáfora sobre el futuro. La novela describe un mundo en el que finalmente se han cumplido los peores vaticinios: triunfan los dioses del consumo y la comodidad, y el orbe se organiza en diez zonas en apariencia seguras y estables. Sin embargo, este mundo ha sacrificado valores humanos esenciales, y sus habitantes son procreados in vitro a imagen y semejanza de una cadena de montaje.

Enviados del pasado
‘Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la
entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la
Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial:
Comunidad, Identidad, Estabilidad.’

Así comienza uno de esos libros que forman parte de la memoria colectiva universal. Uno de esos pocos textos que parecen haberse escrito hoy, cuando hace ya casi cien años que esta cuerda locura llegó a la mente de Aldous Huxley, y para cuyo título se inspiró en una obra del no menos genial William Shakespeare, La tempestad, en cuyo acto V, el personaje Miranda pronuncia su discurso.

¡Oh qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad! Oh mundo feliz,
en el que vive gente así.

Hay artistas, científicos o académicos que son buenos, otros que son brillantes y otros (los menos) que son visionarios. Gente que parece haber viajado atrás en el tiempo para narrarnos el futuro. Enviados del pasado que nos narran el futuro.

Pero su capacidad atemporal y visionaria no cala únicamente en la idea o premisa que nos cuenta en su irónico mundo feliz, sino en su contexto, en su prosa, en su detalle. Es ahí donde te das cuenta que hay algo en la mente de determinadas personas que viaja más allá de la imaginación. Me gusta creer que Aldous, Bradbury, Orwell o Asimov no son solo escritores con rabiosa creatividad y capacidad especulativa, sino viajeros del tiempo que nos quieren avisar de hacia dónde se dirige el mundo y la condición humana a través de sus obras.

Un mundo feliz es una novela referente, de culto y eterna que, además de dejarnos algunas de las más importantes citas célebres de la literatura mundial, sin duda sentó las bases de lo que muchos otros luego usaron para crear sus propuestas distópicas y de ciencia ficción especulativa. Sentó las bases para fórmulas, ideas y conceptos que se han ido incorporando en incontables ocasiones al cine: The Giver, The circle, Gattaca, Ex Machina, Inteligencia artificial o incluso Los juegos del hambre, Snowpiercer y Demolition man; las cuales nos parecieron en su día tan novedosas y asombrosas sin percatarnos que un tal Aldous en 1932 ya había vuelto cuando todos los demás íbamos, influyendo no solo en la literatura y el cine, sino en la música y la pintura de muchos artistas y autores.

Un mundo feliz es la utopía más distópica jamás escrita. esta novela es casi una profecía.

La lectura tiene un ingrediente anímico, generacional y de situación. Podemos leer una novela en nuestra adolescencia, mientras nos enfrentamos a los inicios del amor y la rebeldía, y sentir cosas distintas a cuando ese mismo libro lo leemos en la edad adulta o la ancianidad. Puede gustarte más o menos. Puedes amar una novela u odiarla dependiendo de la edad, momento y lugar en el que la leas o releas. Pero lo que me ha sucedido a mí en este caso es que he admirado y disfrutado más y más cada vez que releo esta novela, que tirando de trayectoria ha sido una vez cada década. A los 15, a los veintitantos y ahora, por tercera vez a los treinta y ocho años de mi ‘feliz’ existencia.

Una de las florecientes virtudes de Huxley es cómo su portentosa imaginación visual se presta al servicio de una habilidad descriptiva para la literatura. Es capaz de trasladar al papel, con todo lujo de matices y sensaciones, lo que en su mente se dibuja para que el lector pueda transcribirlo y pincelarlo en su lectura. Así. Los escenarios, los personajes, los objetos y los pensamientos que presenta en su obra son de una magnitud sensorial abrumadora.

‘Porque los detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente males necesarios.’

Lo más peculiar aún de la literatura del escritor británico es que conjuga de forma casi inexplicable una ensayística sapiencia científica con un lenguaje y una ambientación totalmente universal e inteligible. Es como si Einstein diese una clase magistral a alumnos de guardería y al salir de clase estos lograse explicar a sus padres la teoría de la relatividad con total soltura. Esto es lo que hace a los genios seres universales. Esa grandilocuencia y a la vez frugalidad en la redacción me hace comparar a Huxley de algún modo con Tolkien. Digamos, o digo, que Huxley es la distopía lo que el escritor de El señor de los anillos a la fantasía épica.

Dios es Henry Ford
En el subyugo de la metáfora que Huxley nos ofrece no estamos exentos de un mensaje político o social que nos habla de desigualdad, de consumismo, de comunismo o capitalismo. No en vano dos de los personajes principales de la ‘sociedad fordiana’ (cuyos nombres, Lenina Crowne y Bernard Marx) hacen alusión al líder de la revolución socialista soviética, Lenin, y al padre del materialismo histórico, Karl Marx. Para más giro de tuerca, el fundador legendario de la sociedad fue Henry Ford, el fabricante de coches y creador del sistema de la cadena de montaje. De hecho Ford es considerado el dios de esta sociedad. La letra T (una referencia al Modelo T de Ford) reemplaza la Cruz cristiana como un símbolo religioso. Toda una declaración de intenciones subversivas que hoy día permanecen vigentes mientras vemos como nuestra libertad no es tal, porque de alguna forma seguimos siendo esclavos del sistema.

“A medida que pase el tiempo, éstos, como todos los hombres, descubrirán que la independencia no fue hecha para el hombre, que es un estado antinatural, que puede sostenerse por un momento pero no puede mantenernos a salvo hasta el fin…”

Pero la verdadera reflexión que hallamos dentro de esta utópica ironía resulta ampliamente existencialista. ¿Es posible un mundo perfecto, sin guerra o pobreza, si erradicamos todo aquello que nos hace humanos? Eh ahí la cuestión que planteaba este visionario, que ya nos vaticinaba la deshumanización desde el prisma de la tecnología reproductiva y el uso de drogas (S.O.M.A) para cambiar la conciencia individual y colectiva o el determinismo forzado. Por contra, ese sistema requería de la privación de elementos tan humanos como la familia, la cultura, la religión, la filosofía, el amor…



Todo lo que nos separa del rectilíneo camino de la exactitud es sencillamente un error en la cadena hacia la perfección, como así representa John el Salvaje (de la reserva Malpaís), hijo de dos ciudadanos del mundo civilizado y resultado de un error accidental en el método anticonceptivo. Sin embargo, es él quien transporta ese mensaje coyuntural y disyuntiva al considerar un acto artificial el hecho de que para asegurar una felicidad continua y universal, la sociedad debía ser manipulada, la libertad de elección y expresión se debía reducir, y se había de inhibir el ejercicio intelectual y la expresión emocional.

Puede que ser humanos sea la razón de nuestra infelicidad e imperfecciones, pero tal vez sea eso mismo lo que nos hace perfectos.
Por tanto, un mundo feliz se convierte en una paradójica metáfora de nuestra especie. ¿Queremos ser perfectos o queremos ser humanos?

Para acabar, no sin antes recomendar más que nunca la lectura y relectura de este libro, y con la esperanza de olvidar la adaptación cinematográfica de 1998 o la miniserie de 1980, os dejo el trailer de la nueva serie que será estrenada esta misma semana en la cadena de streaming Peacock, si Henry Ford quiere, y en la que han participado algunos de los mejores directores de series sci-fi del momento.

A priori no pinta mal, pero mucho me temo que las comparaciones volverán a desequilibrar la balanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario