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viernes, 16 de abril de 2021

‘CHERNOBYL’, LA MEJOR SERIE DE HBO CON MORALEJA CONTEMPORÁNEA


“Nuestro poder reside en la percepción de nuestro poder”, dice el líder de la URSS, Mijaíl Gorbachov, en una de las reuniones que vemos en ‘Chernobyl’. La prensa internacional acaba de enterarse del accidente que ha sufrido una de sus centrales nucleares, y la imagen del imperio como la primera potencia en ese campo se está poniendo en cuestión. En un momento de confusión absoluta respecto a lo que ocurre, el gobierno elige conservar el poder a través de la mentira, pero, ¿cuál será el coste de esas mentiras? Eso mismo se pregunta el científico Valeri Alekséyevich Legásov (Jared Harris) en la primera escena de la serie de HBO, que recrea los eventos posteriores al desastre de Chernóbil de 1986. “El peligro es”, continúa, “oír tantas mentiras que ya no reconozcamos la verdad”. De la ceguera patriótica de los líderes ante el peligro, ignorar las opiniones de los expertos con el escudo de la opinión personal y anteponer las guerras políticas al bienestar ciudadano va esta nueva serie, que se está convirtiendo en el fenómeno de la temporada.

Escrita por Craig Mazin (cuya carrera incluye sorprendentemente dos entregas de ‘Scary Movie’ y ‘Resacón en las Vegas’), ‘Chernobyl’ compone en cinco capítulos la crónica de una tragedia anunciada. Aunque ya han pasado más de 30 años, sigue siendo un punto de inflexión claro en nuestra percepción de la energía nuclear, originando un imaginario postapocalíptico que artes como la literatura o el cine han absorbido en forma de distopías y premoniciones de una humanidad condenada a la autodestrucción. Pero la serie no quiere abordar la alargada sombra que ha dejado el desastre, sino tratar temas que van de lo concreto a lo abstracto, que nunca dejan de tener un ojo puesto en nuestra contemporaneidad.


La amenaza invisible
A las 1.23h de la mañana del 26 de abril de 1986, la unidad 4 de la central nuclear Vladimir I. Lenin explotó por los aires. Con una segunda explosión el núcleo del reactor quedó expuesto, contaminando el aire de la zona ucraniana y dando comienzo a uno de los mayores desastres nucleares que se recuerdan. Pero, ¿cuál fue el error? El reactor, un RBMK-1000 diseñado por los soviéticos, estaba llegando al final de su ciclo de combustible -el uranio en su núcleo estaba casi agotado-, algo que lo hacía mucho más difícil de controlar. Y quiso la mala fortuna, o más bien la pobre organización del lugar, que fue el inexperto equipo nocturno el que tuvo que lidiar con el fin del proceso que se estaba llevando a cabo en el reactor. Una serie de malas decisiones acabaron provocando la reacción descontrolada del núcleo y las consecuentes explosiones que liberaron el material radioactivo en el aire de las poblaciones cercanas. En palabras llanas y sencillas, sin entrar en conceptos científicos, eso fue lo que ocurrió aquella noche. Así se gestó, en cuestión de horas, una situación que sigue teniendo consecuencias más de 30 años después.

Y eso es lo que nos cuenta ‘Chernobyl’, que no está tan interesada en quiénes fueron los culpables en aquella central como en todo lo que originó después, desde la irresponsabilidad del gobierno de Gorbachov -que quiso ocultar el incidente hasta que una central en Suecia detectó el problema- hasta las reacciones físicas en los que estuvieron expuestos a la radiación. También, y es el eje central de la serie, en cómo se luchó muy lejos de los despachos de Moscú para contener lo mejor posible los efectos del accidente. Una tarea difícil teniendo en cuenta que la amenaza era, por lo general, completamente invisible al ojo humano. Por eso, como apuntaron algunos espectadores, parecen todos tan relativamente tranquilos observando el "incendio" en la central. ¿Cómo iban a saber los desastrosos efectos que sufrirían si jamás había ocurrido nada parecido? El gran reto de Legásov y compañía fue, desde un principio, luchar contra algo contra lo que no se habían enfrentado nunca.


La veracidad de los hechos narrados en la serie es encomiable, usando diálogos completos de las páginas de 'Voces de Chernóbil' de Svetlana Alexievich y siendo riguroso con las horas -que a menudo aparecen escritas en pantalla- de los eventos del accidente y las posteriores evacuaciones y reuniones políticas. 

También detalles más pequeños que demuestran un interés por acercarse a las historias personales de los personajes, como los zapatos que sostiene Lyudmilla (Jessie Buckley) en el funeral de su marido porque sus pies estaban demasiado hinchados para ponérselos. Uno de los pocos detalles creadores enteramente para la ficción es el del personaje de la física nuclear Ulana Khomyuk (Emily Watson), que sirve como recurso narrativo para hacer avanzar rápido las investigaciones sobre la culpabilidad de los implicados en el incidente y luchar por que el mundo sepa la verdad de lo ocurrido. Que ese personaje particular no existiese no quiere decir que no sea real: está pensado como compendio de tantos otros físicos que ayudaron y aconsejaron en los meses posteriores a la tragedia.

Mazin mantuvo las licencias creativas al mínimo, aunque toda historia tiene una perspectiva. Y esta es indudablemente norteamericana. En un artículo publicado en The Moscow Times, el columnista Leonid Bershidsky apunta a muchos detalles que la serie sí ha descuidado, desde uniformes de la época errónea hasta no medir bien las distancias entre Moscú y Chernóbil, que, dice, es imposible recorrerla en helicóptero. "Debería haberse hecho en Rusia, Ucrania o Bielorrusia, no por un canal de entretenimiento estadounidense", constata, pero no con la intención de menospreciar la serie, a la que alaba en reconstrucción de los hechos, sino por la necesidad de esos países de rendir cuentas con su propia historia. "Este tipo de sermón sobre la importancia de escuchar a los expertos y dirigir un gobierno para el pueblo, y no por sus propios intereses, debería provenir de uno de los países afectados", escribe. "Esos países, al parecer, no han aprendido las lecciones lo suficientemente bien como para hacer una serie como esta", añade.

Bershidsky recoge también algunos comentarios en territorio ruso, como el del diario Komsomolskaya Pravda, que acusaba a 'Chernobyl' de "rusofobia" y la tachaba de ser un intento de socavar el liderazgo del país en las exportaciones de reactores nucleares, que es, curiosamente, una de las pocas áreas en las que Rusia está por delante de los Estados Unidos y por la que compite en los mercados europeos y asiáticos. Teorías conspiracionistas aparte, y aunque la serie sí pueda pecar de una cierta estereotipación de los rusos y sus mandatarios comunistas de la época, nadie puede poner en duda que sus esfuerzos para estar lo más cerca posible de la verdad son admirables.


Lecciones que no caducan
“¿Cuánto cuestan las mentiras? No es que vayamos a confundirlas con verdades. El peligro es oír tantas que ya no reconozcamos la verdad. ¿Qué hacemos entonces? ¿Queda algo que no sea abandonar la esperanza y contentarnos con cuentos? En esos cuentos, da igual quiénes sean los héroes. Queremos saber de quién es la culpa".

Con estas palabras empieza la serie de HBO, estableciendo desde bien temprano la lección central que ha venido a enseñarnos: las mentiras siempre tienen un coste. Aunque no hay duda de la voluntad de Mazin de componer un retrato de los acontecimientos vividos en los países del este de Europa en 1986, lo que vemos en su relato nos hace reflexionar también sobre el presente. Sobre cómo el mundo sigue teniendo graves problemas para enfrentarse a la verdad. A menudo, porque no pueden verla: los discursos de Donald J. Trump y otros tantos líderes conservadores cuestionando la existencia del cambio climático, posiblemente la amenaza más importante de nuestro tiempo, resuenan en los despachos del Kremlin en 'Chernobyl'.


En ese enfrentamiento de la fe contra la ciencia -que la serie pone de manifiesto en la primera reunión política entre "la fe en el socialismo soviético" y los conocimientos de Legásov sobre el funcionamiento de las centrales nucleares- el mundo sale perdiendo. Rechazar el conocimiento científico y la opinión de los expertos tiene consecuencias irreparables. De ese modo puedes acabar negando que un país ha entrado en una crisis económica terrible, que no tienes por qué vacunar a tus hijos porque eso es el buen 'parenting' o que miles de personas no han de ser desalojadas de un lugar de peligro sólo para mantener las apariencias. Pero las resonancias de la serie van más allá de ese choque, y parecen mirar directamente a nuestra era actual de la tecnología.

En una escena, Khomyuk visita a un miembro influyente del partido comunista para informarle de sus descubrimientos respecto al caso de Chernóbil. Él, que ha sido informado de que todo está bien, desprecia las teorías de la científica. "Le estoy diciendo que sí hay un problema", insiste ella, a lo que él responde: "Prefiero mi opinión a la tuya". ¿No suena esto como cualquier conversación en Twitter? ¿Y no es esa horrible columna de humo y radioactividad saliendo de la central nuclear una metáfora fortuita de la toxicidad de los medios y las redes sociales en el mundo moderno, capaces de pudrir por dentro todo lo que tocan con su 'haterismo'? Sólo es una interpretación que nace más de la casualidad que de una intencionalidad narrativa, pero es cuanto menos curioso que encaje tan bien en una historia sobre la lucha entre la opinión y la razón.

Cuando un gobierno o movimiento político empieza a ignorar el conocimiento científico, las verdades dolorosas o las evidencias de la propia naturaleza, lo único que queda es prepararse para el desastre. Eso es lo que dice esta serie de nuestras sociedades pasadas y presentes, con la esperanza de que podamos aprender algo de provecho para el futuro.

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