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domingo, 24 de mayo de 2020

Moby dick

Las supersticiones de los marineros decían que Moby Dick era un ser inmortal, ubicuo en el tiempo y en el océano. Aunque clavaran en su costado una “selva de lanzas” o hicieran verter su sangre en el mar, la ballena blanca continuaría nadando como si nada. A cientos de leguas, se volvería a observar “su chorro impoluto”, como burlándose del capitán Ahab y la tripulación del Pequod. Algo así le ocurrió a ‘Moby Dick’ en el siglo XIX. No al cetáceo inmenso del relato de Herman Melville, sino a la novela misma. La crítica literaria se ensañó con lo que hoy conocemos como una obra maestra del simbolismo norteamericano, más de 600 páginas de aventuras tan entretenidas como insondables. La calificaron de “basura” y llegaron a escribir que sus lectores desearían que “el señor Melville y sus ballenas” estuvieran en “el fondo del mar”.

'Moby Dick’ fue un fracaso comercial absoluto. Una selva de lanzas cayó sobre Herman Melville y su novela, las mismas que Ahab desearía para la ballena que le arrancó la pierna. La publicó en 1851, con 32 años. En su biografía, Andrew Delbanco cuenta que los tres mil ejemplares de la primera edición nunca se agotaron, y que las copias no vendidas se quemaron dos años después en un incendio en casa del almacén del editor.

Herman Melville (Nueva York, 1819) nació en una familia de comerciantes prósperos, descendientes de nobles escoceses instalados en Nueva Inglaterra. Por una bancarrota, los Melville tuvieron que trasladarse a Albany con ocho hijos, poco tiempo después del nacimiento del escritor. En su juventud, trabajó como vendedor y maestro rural para contribuir a la economía familiar. Mientras, su educación fue intermitente y alejada de la literatura: asistió a dos academias y estudió algo de ingeniería.

Antes de cumplir los 20, se alistó en un barco mercante como aprendiz. Conoció la vida miserable del marinero en el siglo XIX e intentó buscar otro trabajo en tierra firme. Sin éxito, se lanzó de nuevo al océano, esta vez en un ballenero llamado ‘Acushnet’. En ‘Moby Dick’, Melville escribió: “Un barco fue mi universidad de Yale y mi Harvard”. El escritor visitó el Pacífico, la Polinesia o Tahití mientras se empapaba de la pesca ballenera. Estos paisajes exóticos y las aventuras en el mar fueron los ingredientes de sus primeras novelas.

En 1846 publicó ‘Typee’ y, un año después, su secuela ‘Omoo’. Las novelas se presentaron como un relato ficcionado de la vida de Herman Melville a bordo del ballenero o en su odisea por el Pacífico. Con un tono irónico y divertido, tuvieron un éxito relativo en la crítica. Las describieron como novelas entretenidas, frescas y vitales, narradas con inteligencia. El público reconoció a Melville como un hábil escritor de aventuras. Pero su obra dio un giro con ‘Moby Dick’.
La amistad con Hawthorne

Herman Melville y Nathaniel Hawthorne, autor consagrado de ‘La letra escarlata’, se conocieron en 1850 durante una excursión al monte Monument. En medio del ascenso, una tormenta les obligó a refugiarse para almorzar. Los dos escritores congeniaron enseguida, unidos por su pasión literaria. Según Rolando Costa Picazo en su introducción a ‘Moby Dick’, “gracias al encuentro casual con Hawthorne, [...] el libro, que iba a ser una aventura marina más, terminó siendo una obra genial que traspasa las fronteras de todos los géneros y sondea el eje mismo de la realidad”.

En julio de 1851, Herman Melville terminó su novela y se la dedicó a Hawthorne: “Como prueba de mi admiración por su genio”. El sentido total, trágico y casi bíblico de la búsqueda de la ballena es fruto, según Costa Picazo, de la lectura de Shakespeare y el desarrollo intelectual de Melville en aquellos años de amistad.

El profesor Costa Picazo encuentra en ‘Moby Dick’ la influencia de la gran tragedia. Ahab no es sólo un capitán de Nantucket sediento de aventuras y venganza. Es Jonás en el vientre de la ballena, Fausto cabalgando hacia el infierno o Prometeo devorado por los buitres. Interpretar la novela de Melville es, como la caza de la ballena, una tarea inmensa. Para armarse de lanza y arpón. Herman Melville escondió algunas perlas sobre su proceso de escritura en ‘Moby Dick’: “Hay algunas empresas en las que el método adecuado es un desorden cuidadoso”.

No gustaron a la crítica el “llamadme Ismael”, la caza ballenera del siglo XIX o los pasajes enciclopédicos, literalmente, sobre cetáceos. La obra fue un fracaso y se cree que truncó para siempre la carrera de Herman Melville. Pero no dejó de escribir. En 1866, comenzó a trabajar como inspector en la Aduana de Manhattan por un sueldo modesto. Su salud y su matrimonio no dejaron de resentirse hasta que le llegó la muerte, en 1891. En sus últimos días, se dedicó a la poesía (‘Clarel’, ‘Aspectos de la guerra’) y a la escritura de un relato: ‘Billy Budd’. Melville falleció en el olvido, antes de su publicación. Hoy, ‘Billy Budd’ se considera una obra maestra de la novela corta.

El obituario en el New York Times fue escueto: “Herman Melville murió ayer en su residencia de un fallo cardíaco, a la edad de 72 años. Fue el autor de ‘Typee’, ‘Omoo’, ‘Moby Dick’ y otros relatos marineros escritos en años tempranos. Deja una mujer y dos hijas, Mrs. M. B. Thomas y Miss Melville”. A continuación, reproducimos tres pasajes de las críticas más enconadas de ‘Moby Dick’, que contribuyeron al hundimiento en vida de su autor.

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