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martes, 30 de enero de 2018

El juego de Dios

La teoría de la evolución biológica es la síntesis de dos revolucionarias corrientes de pensamiento que se oponen a una visión del mundo que prevaleció por mucho tiempo. En primer lugar, el concepto de Universo cambiante que viene a reemplazar la idea de un mundo estático que había permanecido largamente sin cuestionar y que es esencialmente idéntica a la labor perfecta de un creador.

Darwin hizo extensivo a los seres vivos y a la propia especie humana el concepto de que es la mutabilidad y no la estasis (el mismo estado) el orden natural. En segundo lugar, la gente siempre había pensado que las causas de los fenómenos son los propósitos, es decir, que los propósitos son la voluntad de Dios o el finalismo aristotélico. Pero Darwin demostró que las causas materiales son una explicación suficiente para los fenómenos biológicos. Mediante la asociación carente de dirección y propósito de la variación, con el ciego e indiscriminado proceso de la selección natural, Darwin convirtió en superfluas las explicaciones teológicas o espirituales de los procesos vitales. Junto con la teoría materialista de la historia y la sociedad de Carlos Marx y las explicaciones de S. Freud acerca del comportamiento humano, la teoría de Darwin de la evolución por selección natural es andamio crucial en la plataforma del mecanismo y materialismo que han caracterizado a la ciencia y al pensamiento occidental.

Para terminar con este aspecto, reproduciremos unas conclusiones escritas por John Dewey en 1910 “Las ideas viejas abren paso a las nuevas de manera muy lenta, ya que en realidad son más que formas y categorías lógicas y abstracta; ellas son hábitos, predisposiciones, actitudes profundamente enraizadas de aversiones y preferencia. Más aún, persiste la convicción de que todas las preguntas que la mente humana se ha planteado son cuestiones que pueden ser contestadas en términos de alternativas que las propias preguntas presentan. Pero, en realidad, el progreso intelectual usualmente ocurre a través del total abandono de las preguntas, junto con ambas alternativas que asume. No las resolvemos, las superamos.

Las antiguas preguntas se resuelven desapareciendo, evaporándose, mientras que las nuevas, correspondientes al cambio de actitudes y preferencias, toman su lugar. No hay duda de que en el pensamiento contemporáneo el gran disolvente de viejas preguntas, el gran precipitador de nuevos métodos, de nuevas intenciones y nuevos problemas, es el realizado por la revolución científica que encontró su clímax en El origen de las especies”.



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