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miércoles, 19 de julio de 2017

La batalla de los sexos (I)

Además del Universo, el segundo objeto que más misterios encarna para la ciencia a raíz de su complejidad se encuentra justo encima de nuestros hombros. Aún más, es el responsable de la habilidad del lector para comprender cada palabra de este texto y dominar una actividad sofisticada de reconocimiento e interpretación de información a través de un lenguaje de signos como la lectura: el cerebro humano.

Se trata del órgano más importante del sistema nervioso central. Una masa gris de aspecto arrugado que flota sobre líquido cefalorraquídeo protegida por el cráneo y responsable de más de mil billones de conexiones sinápticas. Con poco menos de un kilo y medio de peso, es la parte de la anatomía humana más enigmática y de la que menos se sabe hasta el momento. Existen distintas teorías sobre su evolución y la complejidad de los distintos procesos mentales, pero desde el lenguaje y hasta la conciencia, el conocimiento que se tiene sobre su funcionamiento es primigenio con respecto a su potencial creativo.

Una de las preguntas más comunes con respecto a las particularidades del cerebro radica en la diferencia que existe entre sexos. Tradicionalmente, distintos estudios científicos consideran que existen desigualdades insalvables entre los cerebros de hombres y mujeres. Tales diferencias se han utilizado a través de la historia para justificar el comportamiento de uno y otro sexo, estableciendo estereotipos entre la mentalidad masculina y femenina.

A pesar de que la ciencia médica consideraba en el pasado que no existían diferencias significativas entre ambos cerebros, el estudio más ambicioso jamás realizado para descubrir distinciones en la anatomía cerebral entre hombre y mujer arrojó resultados que podrían cambiar la forma en que comprendemos a cada sexo a partir de su pensamiento. El doctor Stuart Ritchie, especialista en Psicología de la Universidad de Edimburgo, se valió de más de 500 mil datos disponibles en el UK Biobank (una iniciativa científica del Reino Unido para la recopilación de información relativa a los órganos del cuerpo humano) para escanear cerebros y descifrar si la información arrojada a través de resonancias magnéticas era suficiente para descubrir si se trataba de un hombre o una mujer.

El resultado fue estadísticamente notorio: en cerca del 77 % de los casos fue posible identificar correctamente el sexo del cerebro en cuestión. Según Ritchie, la diferencia más significativa entre el sistema nervioso central de los sexos de nuestra especie está en el tamaño: los cerebros masculinos poseen un volumen mayor que los de su contraparte femenina, no sólo en el total de materia gris, también en áreas específicas del mismo.

La amígdala, el hipocampo, el cuerpo estriado y el tálamo de los hombres son visiblemente más grandes que las mismas regiones en las mujeres. No obstante, la anatomía del sistema nervioso central femenino posee una corteza cerebral más gruesa que la masculina, un elemento que parece decisivo en la obtención de un resultado más alto en las pruebas de habilidades cognitivas e inteligencia.



A pesar de que se trata de un gran paso, en realidad, ninguna de las características anteriores es capaz de definir con certeza si el cerebro masculino o femenino manifiestan una habilidad mayor que el otro para resolver problemas complejos, comunicarse eficientemente y potenciar el pensamiento de acuerdo a la definición contemporánea de inteligencia. Lo anterior resulta aún más complicado cuando se reconoce a la inteligencia como un concepto relativo, poderosamente influenciado por el contexto social, que a su vez mantiene un falso halo de superioridad masculina en todo lo relativo al desarrollo del pensamiento creativo, científico o artístico. Razones suficientes por las que el primer paso para acercarse a una respuesta real y fundada en la ciencia, debe dirigirse a la igualdad entre géneros, el fin del machismo y la incursión del sexo femenino en todos los espacios de los que ha sido históricamente rechazado, y viceversa.

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