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sábado, 15 de agosto de 2015

Crónica de un desastre anunciado (1)

El derrame petrolero más grave de los últimos tiempos provocó daños que aún no se han podido cuantificar.

El 17 de abril de 2010 la plataforma petrolera bautizada con el sugestivo nombre de Horizonte de Aguas Profundas (Deepwater Horizon) se encontraba en la fase final de su tarea, a 80 kilómetros de la costa sureste de Luisiana, Estados Unidos. Se trataba de una plataforma flotante operada por la compañia British Petroleum que había iniciado sus operaciones en febrero de 2010. Estaba equipada para perforar pozos de 9 100 metros a partir de profundidades de hasta 2 400 metros. Una vez terminada la perforación, la plataforma sería retirada para que ocupara su lugar una torre de extracción de petróleo.

A medida que se perfora un pozo, el lodo desalojado se extrae por el tiro de la perforación, el cual se forra con tubos de acero y cemento. Los ingenieros de las empresas responsables discutían la manera de sellar el extremo superior del pozo, pues se esperaba que el petróleo saliera con mucha presión. En la discusión hubo discrepancia en puntos clave.

El 20 de abril a las 9:45 p.m., sin ningún aviso de alarma, los trabajadores de la plataforma sintieron un violento estremecimiento seguido de una explosión y un incendio. De 126 personas que se encontraban ahí, 11 desaparecieron y 17 sufrieron quemaduras y traumatismos graves y fueron trasladadas a hospitales en la costa mientras por el tubo de la plataforma se derramaban miles de barriles de petróleo.

¿Qué fue lo que falló?
Cada una de las empresas participantes tiene su hipótesis, pero no se sabe nada a ciencia cierta. Lo que sí es un hecho es que un dispositivo imprescindible y obligatorio de prevención de explosiones no funcionó. Éste tiene una serie de válvulas que modulan la presión de los fluidos que emanan del pozo cuando éstos son expulsados en forma violenta para impedir una explosión. Treinta y seis horas después, la plataforma se hundía en el Golfo de México.

Cadena de calamidades
Extraer el petróleo de los primeros pozos que se perforaron en suelo continental en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX requería tecnología muy simple, pues, aunque el petróleo se encontraba a unos 500 metros de profundidad, era tal su abundancia, que casi fluía solo. Con el paso del tiempo, a medida que aumentó el volumen extraído, el petróleo dejó de brotar espontáneamente. Surge así la necesidad de perforar el lecho marino, primero a profundidades de hasta 400 metros (distancia entre la superficie y el lecho marino).



Se construyeron plataformas y se perfeccionó la tecnología para extraer a mayores profundidades.

Sin embargo, este petróleo fácil está por agotarse. Las fuentes alternativas de energía renovable, si bien van por buen camino, aún tienen un costo más elevado que el del petróleo y por ahora no pueden saciar nuestras necesidades energéticas. Esto —aunado a las ambiciones financieras igualmente insaciables de las empresas y los países que tienen yacimientos— ha propiciado una carrera para exprimir la corteza terrestre y sacarle todo lo que pueda dar. Para eso las compañías petroleras se han lanzado a perforar en aguas profundas; es decir, en lechos marinos que se encuentran a más de 500 metros de profundidad, donde hoy se sabe que hay cantidades exorbitantes de petróleo. Extraerlo, además de requerir tecnología muy costosa, conlleva graves riesgos que no eran desconocidos por las empresas que estaban trabajando en la zona de perforación llamada Macondo, donde ocurrió el accidente de la plataforma Horizonte de Aguas Profundas.

La perforación empezó a una profundidad de 1 524 metros. A profundidades menores a 400 metros las operaciones pueden ser vigiladas por buzos con equipo especial. Sin embargo, en aguas profundas, con presiones de 354 kilogramos sobre cada centímetro cuadrado, el trabajo de supervisión lo realizan robots y la realidad de lo que ocurre abajo llega a ser bastante incierta.

Debido a las diferencias de temperatura entre la superficie y el lecho marino el bombeo del fluido de perforación es complicado, además de que las bajas temperaturas alteran las propiedades del cemento que se emplea para fijar las tuberías de revestimiento del pozo. El agua helada de la profundidad puede provocar que el metano, que a temperatura ambiente es un gas, se congele, y esto bloquea el flujo. Las fuertes corrientes marinas sacuden las estructuras, hacen vibrar las tuberías y fatigan los componentes del equipo de perforación.


Todo lo malo que podía pasar, pasó en el pozo de Macondo y durante 85 días se derramaron diariamente unos 50 000 barriles de petróleo.
Intentos de resarcir el daño

La experiencia muestra que la mejor solución para este tipo de problemas son los pozos de alivio. Éstos son perforaciones que hacen intersección con el pozo principal para desfogar presión de fluidos cuando hay alguna contingencia. Otras veces los pozos de alivio sirven para introducir cemento o sustancias que puedan disminuir el daño. El 2 de mayo se empezaron a perforar dos de estos pozos, pero esta operación toma entre dos y tres meses. Las petroleras noruegas son las únicas que exigen perforar los pozos de alivio al mismo tiempo que el principal.

Se introdujeron en el área barreras flotantes para impedir que el petróleo llegara a las costas; se emplearon buques que llevan mecanismos llamados skimmers ("espumaderas") que recogen el petróleo de la superfice del mar para evitar el daño al ecosistema y recuperar lo derramado.

En el mes de mayo se diseñó primero un domo y luego un embudo, obras de ingeniería monumentales con las que se intentaba tapar el pozo, pero fue en vano: la presión del petróleo al surgir era mayor que el peso que se le aplicaba. Se intentó tapar el embudo con lodo y toneladas de llantas y pelotas de golf despedazadas, pero fue contraproducente porque esto acabó de estropear el dispositivo de prevención de explosiones. A fines de julio el primer pozo de alivio interceptó al pozo principal. Al mismo tiempo, los ingenieros colocaron una pesadísima carga de lodo sobre un domo de 70 toneladas que fue sellado con cemento. Después de 85 días de derrarmarse entre 40 000 y 70 000 barriles de petróleo diariamente, el flujo cesó.

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