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martes, 13 de enero de 2015

Desperdicar comida (3)


Ascendiendo en la cadena alimentaria, los hortofruticultores cooperan con las productoras y envasadoras de zumos para desarrollar más mercados secundarios en los que aprovechar la fruta imperfecta.

También hay innovaciones para desperdiciar menos huevos. Durante años, la cadena de grandes almacenes Walmart ha dese­chado el envase entero si detectaba un solo huevo roto, en vez de sustituirlo por otro de igual frescura. Ahora está lanzando un programa piloto que graba la información del producto en cada cáscara, de modo que el personal pueda reemplazar cualquier huevo deteriorado por otro de idénticas características. Si se implantase en todo el país, sugiere Walmart, este sistema rescataría unos 5.000 millones de huevos al año.

Hay otras «soluciones» en el horizonte. En el Reino Unido, cuyo Gobierno ha hecho de la reducción del desperdicio de comida una prioridad nacional, un colectivo ciudadano llamado Feeding the 5000 recoge en explotaciones agropecuarias y plantas envasadoras los productos de alta calidad que rechazan los supermercados y los utiliza para preparar comidas con las que agasaja a 5.000 afortunados comensales, totalmente gratis, como una forma de concienciar al público y celebrar soluciones creativas. Tristram Stuart, autor de "Despilfarro: El escándalo global de la comida" y fundador de Feeding the 5000, propugna que los establecimientos de alimentación rebajen el precio de los productos que estén a punto de caducar, que compartan equitativamente con los proveedores el coste de adquirir demasiadas existencias, y que procesadores y comerciantes publiquen cuántas toneladas de alimento desperdician. En respuesta al reto, Tesco ha reducido su gama de panes, ha retirado las fechas de «a la venta hasta» de las frutas y hortalizas, ha colgado los plátanos en hamacas protectoras y ha empezado a comprar más fruta directamente a los productores, lo que alarga su duración.

Una iniciativa más reciente de Stuart, «The Pig Idea», presiona a los Gobiernos de la Unión Europea para que levanten la prohibición de alimentar a los cerdos con comida desechada, implantada a raíz de un brote de fiebre aftosa en 2001 en el Reino Unido que se vinculó con el consumo de sobras crudas. Stuart alega que recoger y esterilizar los alimentos que desechan los comercios reduciría los costes de engorde soportados por los ganaderos, protegería vastas extensiones de selva tropical –que se talan para cultivar la soja de los piensos porcinos– y ahorraría a los negocios el gasto de deshacerse de los desperdicios. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cebar ganado con la comida que hoy desechamos liberaría en todo el mundo cereales suficientes para alimentar a 3.000 millones de personas.

Utilizar nuestros excedentes para alimentar a los animales tiene lógica, tanto desde el punto de vista económico como ecológico. Pero el mejor destino de la comida sobrante es, huelga decirlo, dar de comer a los 842 millones de bocas hambrientas que hay en todo el planeta. En Estados Unidos 49 millones de personas están oficialmente en situación de inseguridad alimentaria, es decir, que no siempre saben de dónde saldrá el siguiente plato que comerán. La organi­zación benéfica Feeding America estima que en 2014 habrá repartido casi dos millones de toneladas de alimentos, la mayoría de ellos donados por fabricantes, supermercados, grandes productores y el Gobierno federal. También hay grupos de voluntarios de una red de «espigadores» que peinan los campos ya cosechados para recoger millones de kilos de productos que luego ceden a bancos y dispensarios de alimentos y a comedores benéficos. Y en algunas grandes explo­taciones californianas se ha implantado un programa llamado Recogida Simultánea: los jornaleros distribuyen el producto en cajones diferentes: uno para las unidades ideales, que se comercializan, y otro para las que tienen defectos, que se destinan a bancos de alimentos.

El primer paso para reducir el desperdicio alimentario es que la opinión pública reconozca el problema. La mayoría cierra los ojos a él. Pero poco a poco empiezan a cambiar las actitudes a medida que se encarecen los alimentos, y a medida que nos vamos concienciando de que el cambio climático se traducirá en menores cifras de producción alimentaria y de que debemos arrancar cada vez más calorías –de manera sostenible– a unas tierras que ya estamos cultivando.
Tener comida de sobra podría parecer un problema maravilloso propio del Primer Mundo, pero colmar las cornucopias de una superabundancia que desde el principio se sabe está destinada al vertedero es algo que el mundo no puede soportar un minuto más. Es demasiado caro y está destruyendo el planeta mientras millones de personas pasan hambre. «El desperdicio de comida es un problema ridículo –reconoce Nick Nuttall, del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente–, pero todo el mundo adora los problemas ridículos porque saben que pueden hacer algo al respecto.»

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