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jueves, 26 de abril de 2012

Virus


Enviado por Pamela Echeverría
ENTRE LA VIDA
Y LA MUERTE
En los últimos años algunos virus como los hantavirus, el ébola y el marburgo se han convertido en protagonistas de los medios de comunicación; han aparecido en numerosos reportajes de televisión y en medios impresos, algunos serios, otros no tanto, y como protagonistas en best-sellers y películas apocalípticas de Hollywood, en los cuales los científicos hacen denodados esfuerzos por contener el avance de estos enemigos invisibles. Detener a los virus, según estas versiones, es una cuestión de vida o muerte.
¿Hasta dónde es cierto?
El término “virus” significa veneno; cuando se comenzó a estudiarlos, se vio que eran capaces de atravesar hasta los más delicados filtros y seguir ejerciendo su capacidad de enfermar, como un misterioso tóxico diluido. Si durante siglos no los descubrimos fue porque son increíblemente pequeños: se necesitarían unos 23 000 millones de virus amontonados —más o menos cuatro veces el número de humanos en el mundo— para poder observarlos a simple vista. El uso de ultracentrífugas y la microscopía electrónica develaron su misterio en los años cuarenta, y ya en los cincuenta se sabía que eran material genético (pueden ser moléculas de ácido desoxiribonucleico, el ADN o ácido ribonucleico, el ARN) recubierto de una cápsula proteica que los protege y les permite pasar de una célula a otra. Según definamos qué es la vida, podemos o no decir que los virus están vivos, porque no son capaces de reproducirse por sí solos: necesitan de los componentes, del metabolismo y del entorno de una célula (a la que infectan) para hacerlo. Los virus tampoco tienen un metabolismo; no necesitan alimentarse, respirar, ni excretar sustancias. Por el contrario, pueden permanecer años en un estado de latencia, como si fueran minerales en forma de cristal, aguardando las condiciones apropiadas para su propagación y reproducción. Podríamos decir que los virus se encuentran en el limbo entre la vida y la muerte.
Añejos adversarios
A nadie hace falta decirle que unos de los más formidables adversarios del hombre son (y han sido) los virus; para muestra bastan dos botones: la pandemia de sida y la fiebre de Lassa. Esta última parece estar vinculada a la tristemente célebre plaga de Atenas que desapareció sin dejar rastro, después de haber aniquilado a una tercera parte de la población ateniense a principios del año 430 antes de nuestra era. El almanaque que registra las muertes por virus contiene otros ejemplos más recientes e igualmente estremecedores: durante la primera Guerra Mundial, el 80% de las muertes de soldados americanos se debió principalmente a la influenza y el anecdotario asienta también que durante el oscuro año de 1878, fue la fiebre amarilla la que acabó con gran parte de los pobladores de la ciudad de Memfis, entre otros lugares. Al repasar tan notorio historial, cabe recordar la acertada definición de Peter Medawar, Premio Nobel de Medicina, para quien los virus eran “partículas de ácidos nucleicos rodeadas de malas noticias”.

Pero las malas noticias no corren de igual manera en todas partes. En la actualidad, al comparar las causas de muerte de la quinta parte del mundo más rica y la más pobre, se reconoce que 8% de las muertes en la población con más recursos se deben a infecciones y mortalidad tanto de las madres cómo de sus bebés, durante y después del embarazo y del parto, mientras que el 56% de las muertes en la población marginada son ocasionadas por enfermedades infecciosas. Esto nos lleva a poner énfasis en la importancia de la investigación básica sobre los factores que limitan las epidemias de virus a nivel mundial, especialmente ahora que los virus se mueven de manera increíblemente rápida gracias a la explosión demográfica, los viajes en avión, los éxodos masivos de población por guerras o catástrofes naturales, y la invasión de las selvas y los pantanos. Por ejemplo, un aspecto que no se ha explorado experimentalmente es el de determinar si la continuidad que se sabe existe entre los océanos y la atmósfera pudiera tener algún efecto sobre la transmisión natural de los virus.

Mucho se ha indagado acerca de los mecanismos finos de los virus, pero hay que destacar que la historia de la virología no estaría completa sin describir la política, las desigualdades económicas que la afectan, y las supersticiones evocadas por los virus y las enfermedades que causan. Quizá la pandemia de sida sea el ejemplo más elocuente: el impacto de la infección hoy en día está más influido por la capacidad económica y la apertura social de los pueblos afectados, como son las campañas informativas diseñadas para combatir la enfermedad, que por los factores únicamente atribuibles al propio VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida). Esto definitivamente afecta los esfuerzos por combatir el mal, y por distinguir las fronteras entre la verdad médica objetiva y la percepción que cada cultura tiene de la enfermedad y cómo la enfrenta.

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