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miércoles, 28 de marzo de 2012

licenciaturas igual a prosperidad


A la hora de escoger una ciudad para mudaros, uno de los aspectos que deberíais tener en cuenta (y que parece llevar aparejado toda una serie de ventajas que solo tienen las buenas ciudades) es el porcentaje de habitantes que tienen una licenciatura universitaria.
Solemos creer que, a primera vista, son las infraestructuras lo que diferencian una buena ciudad de una mala ciudad para vivir, pero lo cierto es que el factor determinante es el capital humano de dicha ciudad. Y soy perfectamente consciente de que una titulación no dice nada individualmente de la cultura, la inteligencia o el civismo de una persona (Bill Gateshasta hace poco, no tenía título universitario, por ejemplo). Pero no existe otra forma de medir mejor esos valores que la tosquedad del título universitario: colectivamente sí que puede ser una medida significativa.
Tal y como afirma Edward Glaesser en su libro El triunfo de las ciudades:
Un aumento en un 10 por ciento de la población adulta de una determinada zona con licenciaturas obtenidas en 1980 permite pronosticar un 6 por ciento más de crecimiento de los ingresos entre 1980 y 2000. A medida que la proporción de la población que tiene títulos universitarios aumenta en un 10 por ciento, el producto metropolitano bruto per cápita se incrementa en un 22 por ciento. La gente acude a las áreas donde abunda el empleo cualificado debido a los mayores ingresos, y el estado de la educación en 1970 contribuye de forma impresionante a explicar qué ciudades, entre las más antiguas y frías de Norteamérica, lograron reinventarse con éxito. (…) Vivimos en una era de expertos, en la que los ingresos y la formación está estrechamente ligados. Para cada trabajador, un año extra de estudios suele plasmarse en un 8 por ciento más de ingresos.
Para descubrir el lado funesto de este estudio, basta echar un vistazo a aquella localidad española donde mucha población vivía fácilmente de la fabricación de puertas, descuidando la formación cualificada: Villacañas. Es lo mismo que ha terminado por desangrar la ciudad de Detroit, otrora cuna de la industria del automóvil: dinero rápido por poca formación.
Y es que existe una fuerte correlación entre la educación y el PIB de un país; la gente es más productiva cuando trabaja con otras personas cualificadas.
Progresivamente, las ciudades industriales con menores niveles de educación han caído en ingresos para sus ciudadanos, mientras que ciudades productoras de ideas y mayores niveles de formación, como Boston y Cleveland, no dejan de crecer en prosperidad. Y la cuestión es que estas diferencias cada vez son más acusadas, porque estamos entrando en un mundo gobernado por la tecnología y no tanto por la mano de obra.
Además, las personas con titulaciones se adaptan más fácilmente, de promedio, a nuevas circunstancias, a cambios vertiginosos que proceden de las nuevas tecnologías a una velocidad cada vez mayor. Un titulado, porcentualmente, aceptará con más facilidad los ordenadores o la introducción de maíz híbrido. Las ciudades llenas de gente cualificada, pues, también se reinventan más rápidamente al ritmo de los cambios tecnológicos y sociales.
Además, debido al papel del comercio internacional y la globalización, cada vez resulta más barato externalizar la mano de obra menos cualificada (desde que Detroit compite con Japón y Corea, cada vez le resulta más difícil mantener los salarios elevados para los trabajadores menos cualificados).
En 1980, los varones que habían asistido a la universidad durante cuatro años ganaban alrededor de un 33 por ciento más que los que habían dejado los estudios después de la enseñanza secundaria, pero a mediados de la década de 1990 esa disparidad en los ingresos había llegado hasta casi un 70 por ciento. Durante los últimos treinta años, la sociedad estadounidense se ha vuelto menos igualitaria, en parte porque el mercado recompensa cada vez más a la gente con más formación.
Sin duda, unas consideraciones a tener en cuenta si observamos la fuga de cerebros que se está produciendo en México, producto de la deficiente inversión en ciencia y tecnología.

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